Pongámonos, por un momento, a reflexionar sobre nuestra pareja. Sobre aquella con la que hayamos pasado más tiempo. Pensemos en pequeño, en detalle, obviando grandes sentimientos o grandilocuencia emocionales. ¿Cuántas de sus manías nos ponen de los nervios, cuántas son soportables, cuáles nos resultan indiferentes? ¿Qué capacidad de anticipación hay en la rutina, qué tan bien conocemos a aquellos con quienes compartimos cama?
Unas vacaciones en invierno, de Bernard MacLaverty, fue la recomendación de Iñaki, uno de mis libreros de cabecera, del día de las librerías. En 2018 me recomendó La trenza, así que una vez más decidí confiar en su criterio para adentrarme en una historia de detalles, sobreentendidos y malentendidos.

Gerry y Stella, un matrimonio maduro, jubilado, que se ha retirado a vivir a Glasgow alejándose de su Irlanda natal, emprende un viaje a Amsterdam en pleno invierno. El invierno coincide con uno de esos dos periodos anuales de retrospección en la que echamos la vista atrás y nos enfrentamos a quienes somos, a lo que hemos hecho en los últimos meses, a aquello en lo que nos gustaría convertirnos de tener la disciplina, las oportunidades y la visión necesarias. El otro periodo es el fin del verano, pero no viene a cuenta para hablar de esta novela. Ayuda también que sea el invierno sea un tiempo de frío y de permanecer más tiempo dentro que fuera del hogar. En verano no somos tan dados a la reflexión.
Algo así le sucede a Stella: bajo la excusa de un necesario parón invernal para descansar y desconectar, se esconde un profundo hastío, una infelicidad existencial de la que culpa en buena parte a su marido y busca en Amsterdam un futuro más acorde con sus creencias que dé sentido a los años que le queden de vida.
Bernard Maclaverty nos introduce de lleno en los sobreentendidos de una pareja en la que la llamada «llama de la pasión» se extinguió. ¿Qué queda cuando ya no hay hijos de por medio? ¿Cuándo se acaba el amor y se transforma la relación —con suerte— en una amistad que puede llegar a pender de un hilo? Con suavidad, con sutileza, dejando caer pequeños retales de una vida en común, el escritor irlandés nos adentra en la intimidad de aquello que solo debería ser conocido por dos personas pero que se revela —en especial en el caso de Gerry— como una sorpresa absoluta.
El gran acierto de Unas vacaciones en invierno es que construye una semblanza a base de detalles que nos resulta ajena y cercana, que nos obliga, queramos o no, a mirar de reojo a aquel que nos acompaña, del mismo modo que miramos, cual voyeristas, con una mezcla de morbo y vergüenza, a esta pareja que se resquebraja en suelo extranjero. Salir de un entorno habitual funciona como detonante que deja al descubierto las miserias de la relación.
Alrededor de esta situación flotan también otras muchas cuestiones. De obligada mención por MacLaverty es la situación en Irlanda del Norte y cómo influyó en el devenir de los protagonistas. También ofrece en bandeja la religiosidad de Stella, el ancla a la que se aferra para poder hacer frente a una vida que considera vacía de sentido. Frente a ella su marido reniega de la religión y se sumerge en una eterna embriaguez que esconde como hábito social. Ambos saben que es ya, sin dudas, un alcoholismo no confeso, pero los dos deciden obviar la situación. Así, Gerry, en un estado de sopor continuo, es incapaz de observar nada más allá de su situación; mucho menos la de su mujer.
Hay una extraña lucidez en la narrativa de MacLaverty, capaz de atraer incluso al lector joven, al que apenas empieza a intuir muchas de las situaciones que se narran. Con precisión balancea al lector por la cuerda de las relaciones en declive, sin desvelar un final que se intuye no llegará nunca para ambos.