Me acabo de dar cuenta de que llevo ya dos semanas sin publicar reseña. Podéis achacarlo a una combinación de vacaciones, enfermedades varias y carga de trabajo. Pero vuelvo con fuerzas renovadas y con un par de maravillosos libros de los que hablar, empezando por el de hoy. Como ya comenté a principios de año, este iba a ser el año de las biografías —acabo de hacerme con otra que se ha sumado al montón de pendientes—, y en la que traigo hoy se suma, además, la presencia de un escritor ya de sobra conocido en Relatos en construcción: David Foster Wallace.
Todas las historias de amor son historias de fantasmas —un título hermoso donde los haya—, escrita por D.T. Max, es una de las tres biografías publicadas sobre el escritor, una trilogía que completan Conversaciones con David Foster Wallace, de Stephen J. Burn (editada en España por Pálido Fuego en 2012), y Although Of Course You End Up Becoming Yourself: A Road Trip with David Foster Wallace de David Lipsky (editada en 2010, no he logrado encontrar traducción al castellano, si la hay). Lo que hay de particular en la versión de Max es que, si bien no llegó nunca a conversar con el escritor —sí coincidió con él en una fiesta en su honor de la que Wallace salió horrorizado—, ha contado con correspondencia personal de Wallace a amigos y escritores en la que apoyarse para escribir el texto. Por suerte, todas las referencias se citan al final del libro, ¡casi cien páginas!, algo de lo que el lector podrá prescindir sin perder información relevante.
Comienza D.T. Max —escritor en The New Yorker– comparando la figura de Wallace en la literatura con la de Kurt Cobain en la música: personajes ambos con una legión de seguidores y que pusieron fin a su vida de forma trágica cuando todo su potencial artístico estaba aún por descubrir, pues Wallace se ahorcó en 2008, cuando contaba cuarenta y seis años, dejando truncada una carrera literaria que muchos prometían épica.
A partir de ahí empieza, siempre de forma cronológica, a engarzar con cuidado la vida personal y literaria de Wallace, desde su infancia hasta el momento de su muerte, con una especial atención al trabajo de más de diez años que le supuso la escritura, edición, publicación y posterior promoción de ese mastodóntico reflejo de la sociedad contemporánea que es La broma infinita.
Descubrimos a un Wallace brillante desde su infancia, un escritor que componía «poemas» con tan solo tres años, obsesionado, gracias a la influencia de sus padres, con un uso correcto de las palabras y la gramática, un autor que siempre trató de desentrañar la brillantez en otros escritores como DeLillo o Pynchon, de analizar su estructura creativa y tratar de imbuir sus propias obras de ese talante que siempre veía escaso. A pesar de ser un estudiante brillante en todo aquello que se propuso, con media de matrícula de honor —por ahí se escapa algún sobresaliente bajo, en clase de escritura creativa, algo que no está carente de ironía—, también desde muy temprano son evidentes los síntomas de depresión y ansiedad, «La cosa mala» como él tuvo a bien llevarla. A periodos brillantes se sucedían momentos de horror, de oscuridad en los que su vida parecía reducirse a consumir televisión de forma compulsiva. Nos encontramos así una figura errática, con tendencia a cierto aislamiento social que hace bromas de todo para tratar de encajar, constantemente medicado para tratar su mal —uno de los temas recurrentes en sus obras, tanto de ficción como de no ficción es la nomenclatura de decenas de combinaciones de antidepresivos y ansiolíticos, que formaban parte de su vida real—, un escritor que alterna etapas de fe con otras de sorprendente inseguridad sobre su trabajo en las que busca el apoyo constante de otros escritores y amigos con los que se cartea (sorprendentemente, su inmersión en Internet es muy tardía, algo que, por otra parte, agradece ya que cree que hubiera sido un motivo más para perderse en la nada, como le sucedia a veces con la televisión). Muchos escritores destacan entre el material escogido por D.T. Max: uno de ellos Franzen, a quien muchos consideran un discípulo de Wallace y que, sin embargo, en la biografía aparece como un apoyo, un compañero a su mismo nivel. Por otro lado están aquellos a quien Wallace se dirige como a mentores, no para interrogarles sobre su obra, sino más bien para buscar ayuda en cuestiones más genéricas sobre la escritura, como la forma de enfrentarse a la fama, pues Wallace por un lado detesta la parte de promocionar su obra, de prostituirla, pero por otro lado se enfrenta a la necesidad de hacerlo si quiere llegar a ser conocido, como lo son otros escritores en su entorno.
Todas las historias de amor son historias de fantasmas es una historia triste, no sólo porque conocemos de antemano su final, sino porque asistimos, incapaces de hacer nada, a la lucha de un hombre que se sabía, desde muy pronto, predestinado a morir como lo hizo, que, a pesar de sus esfuerzos por desintoxicarse, por abandonar la marihuana, el alcohol o incluso el café, vio su lucha como algo inútil.
Tal vez algunos fragmentos están demasiado desdibujados. Hago referencia, sobre todo, a su relación con la familia, que desaparece al poco de comenzar la biografía y luego apenas salpica el resto de la biografía, algo más que extraño, teniendo en cuenta la enorme influencia que se intuye en su madre y que sus problemas de ansiedad y ataques de pánico aparecieron ya en la infancia. También hay que tener en cuenta que el ritmo se acelera, tal vez de forma excesiva, pasada la publicación de La broma infinita, momento a partir del cual sus obras aparecen más desdibujadas, en especial su ingente colección de artículos de no ficción que se recopilarían con posterioridad a su muerte, de manera que la biografia adquiere la forma de campana de Gauss, centrándose en su producción en los años intermedios.
Aún así, merece la pena atravesar el mar de referencias a técnicas y escuelas literarias o el sinfín de relaciones fracasadas de Wallace, con tal de sumergirse en su visión de la escritura, sus dudas, sus temores, sus fracasos y sus victorias. Si os interesa, he señalado algunos párrafos que me han parecido de especial interés aquí.
Todas las historias de amor son historias de fantasmas es un libro imprescindible para todo lector de culto de David Foster Wallace, que le ayudará a comprender algunos aspectos reflejados en sus ensayos, novelas y relatos y le harán apreciar, aún más si cabe, el talento del escritor. También resultará una obra clave en quienes quieran explorar, de forma más profesional, la vida y obra del autor. Pero intuyo que no resultará demasiado interesante para aquellos lectores que se se aproximen con curiosidad a la vida de un escritor, pues pueden acabar aburridos por el aspecto técnico-literario de algunos párrafos o repelidos por la depresiva vida de este genio muerto de manera prematura.
Yo, mientras tanto, seguiré avanzando, página a página, en la magna y enrevesada La broma infinita.
- Título: Todas las historias de amor son historias de fantasmas.
- Autor: D. T. Max (traducción de María Serrano Giménez)
- Editorial: Debate (podéis encontrar algo más de información aquí)
- 480 páginas. 23,90 Euros (Edicion en papel) o 12,99 Euros (Edición digital)
- Puedes leer algunas de las citas que he seleccionado en esta novela aquí.
¿Has leído esta biografía? ¿Te gusta el estilo de David Foster Wallace? Tienes los comentarios abiertos para cualquier tema que te interese.
1 comentario en “Todas las historias de amor son historias de fantasmas”
Pingback: The end of the tour (2015) – Acabo de salir del cine