El diccionario de la Real Academia de la lengua define la niebla, en su primera acepción, como «nube muy baja, que dificulta la visión según la concentración de las gotas que la forman». Bien, pero no es exactamente lo que estoy buscando. Pruebo con bruma, y me encuentro con que son palabras sinónimas, aunque en este caso apunta «y especialmente la que se forma sobre el mar».
El problema que no me ha conseguido resolver la RAE es encontrar el término preciso que englobe y dé unidad a Todas Ellas —con el subtítulo «15 relatos y 1 pieza disonante». No me gustan los segundos títulos, eso es así—, la última obra autopublicada por Isaac Belmar. En mi cabeza no es Isaac, claro, sino Hoja en Blanco, el nombre de su web y también su alias en Twitter.
El tono es clave en este conjunto de historias. Independientes, sí, pero que casan. Ya en su novela Tres reinas crueles hablaba de una ambientación opresiva, casi depresiva. Luego hubo quien dijo que esa visión era problema mío y no de la obra y tal vez tuviera razón, pero nunca se debe despreciar el estado de ánimo del lector al afrontar la lectura. No se puede leer y ser ajeno a lo que se siente mientras se lee.
Mi gran duda con Todas ellas era saber si en verdad esa sensación de oclusión era cosa mía o si había algo en el estilo del autor propenso a ello. Me reitero en mi primera opinión: hay algo tenebroso y oscuro que rodea a los personajes de esta colección de relatos.
Bruma es, sin duda, la palabra que mejor se aproxima. Porque, a pesar de estar rodeados por gente, los protagonistas de Todas ellas —muchas de ellas mujeres, siempre presentes, siempre destacando aunque el narrador sea hombre— parecen estar sumergidos en la bruma, aislados de todo y de todos, hundidos en sus peculiaridades. Pero es una bruma que, incluso cerrada, parece luminosa, atrae como la luz a la polilla. Es lo mejor que describe la obra: los cuentos, aún leídos como entidades individuales, ejercen cierto magnetismo que se mueve entre la realidad y la fantasía.
Entre los cuentos, se puede encontrar uno de todo: desde reinterpretaciones macabras del mito de la chica de la curva en Mal estudiante, a versiones distópicas de Lisístrata en el relato que da nombre a la colección. Muchos hablan de amores perdidos, de amores odiados o de mal de amores; otros tantos tienen a la muerte como personaje silencioso en segundo plano esperando a recobrar el protagonismo que los vivos le restan durante un corto rato.
Pero al margen de las formas y de la retahíla de elementos fantasiosos que aparecen en algunas de sus páginas, Todas ellas habla de la soledad sobre todo, pero también de las relaciones familiares y de las relaciones de pareja; habla de sueños rotos, de malas elecciones —cuándo podemos saber si una elección ha sido buena— o de la nostalgia por un pasado que, bien mirado, nunca fue mejor. Pero entre tantas cuestiones, Isaac Belmar consigue encender esa bombilla en el lector, que relaciona lo que lee con lo vivido, que destapa la fantasía y las distraías para encontrar de qué se habla. Lo hace, en muchos casos, recurriendo a una voz en primera persona para que ese binomio lector-protagonista se conecte aún más rápido.
Pero sí. Todas ellas sigue teniendo, en superficie y en el fondo, ese tono turbio, oscuro, que es tal vez lo que nos reconcome al reconocernos en algunas situaciones. Al vernos rodeados por la niebla.