Era el 29 de octubre del año 1940 y Stefan Zweig se encontraba en Argentina. El escritor, biógrafo y activista social austríaco judío había sido invitado a dar una decena de conferencias en ciudades latinoamericanas como Montevideo, Buenos Aires, Córdoba o Río de Janeiro, localidad esta última donde se retiraría a trabajar tras pronunciar, el 29 de octubre de ese año, una conferencia en español titulada «El misterio de la creación artística» ante un público de unas mil quinientas personas. A pesar de las dificultades con el idioma, se sintió un «tenor de la fama», como confesaba a su primera mujer, Friderike Maria Burger von Winternitz en una carta fechada al día siguiente.
Esta conferencia se recogió con posterioridad en un libro titulado Tiempo y mundo. Impresiones y ensayos (1904-1940), y en España ha sido editada en 2010 por la editorial Sequitur, en un volumen breve que recoge además otros seis textos de Zweig donde reflexiona sobre los procesos creativos y el camino de vuelta, o de ida, en la recepción de la obra artística. La obra incluye, entre otros, un texto escrito para el funeral cívico de Hugo von Hofmannsthal en 1929, en donde comenta su prolífica vida y su honda huella en la lengua alemana y la identidad austriaca, y se cierra con un breve prólogo a la novela de Paul Stefan (1936) , sobre el virtuoso compositor Toscanini.

Cada vez que surge algo que antes no había existido nos vence la sensación de que ha ha acontecido algo sobrenatural. Y nuestro respeto llega a su máximo, cuando aquello que aparece de repente no es cosa perecedera. A veces nos es dado asistir a ese milagro, y nos es dado en una esfera sola: en la del arte.
En El misterio de la creación artística, Stefan Zweig trata de desvelar el milagro que se oculta bajo las grandes obras de la música, las letras o cualquier otra disciplina relacionada con el arte. ¿Cómo es posible que una obra, entre miles, sobreviva a su generación y se convierta en un ejemplo para la humanidad? ¿Qué hace de su creador algo especial, único, diferente del resto de la especie humana, capaz de engendrar una criatura que trascenderá en el tiempo?
Reconstruir el acto de creación artística, desde la concepción de la idea hasta el producto final es un propósito ambicioso, pero pasto de decenas de miles de entradas hoy en día en bitácoras que prometen dar con la fórmula mágica que conduzca al éxito en la producción artística. Stefan Zweig ya tenía esa misma inquietud a principios del siglo XX y, aislándose del hecho de ser él mismo un creador, y adoptando la figura del investigador, trata de dar repuesta a través de lo que llama el método criminológico. Es decir, que asimila la creación a un delito.
Para nuestro problema, la solución ideal consistiría también en que el artista nos expusiese el arcano de su creación en todas sus etapas y estados, […] por desgracia, casi nunca nos revelan el secreto de su creación […] poseemos tan pocos informes autobiográficos de artistas, […]
Stefan Zweig se encuentra en una primera fase con un problema evidente: el artista, cuando crea, no tiene tiempo de estudiar su propio trabajo, está tan inmerso en él que le compara con el culpable de un crimen pasional, que actúa hasta cierto punto movido por el instinto, sumergido en un éxtasis en el que no es dueño de su razón. Para Zweig, el artista sólo puede crear un mundo imaginario si consigue aislarse del mundo real. Es decir que una primera etapa de la creación sería conseguir un estado de concentración tal que podamos trabajar sin interrupciones, sin elementos que nos saquen de esa inspiración cuasi divina en el que nos vemos capaces de crear sin cortapisas.
Pero entonces, ¿cómo podremos descubrir el secreto de la creación artística?
La inspiración de un artista tiene que tomar formas materiales. […] es precisamente ese instante breve de la transición, cuando la idea pasas a la realización artística, el que a veces podemos observar. […] Esas huellas que el artista deja en el lugar de su acción son sus trabajos previos; los primeros esquemas que el pintor hace de sus cuadros, los manuscritos y borradores del poeta y del músico.
Así es. Ante la falta de testimonios de artistas sobre su creación, y a la manera de un laboratorio criminalístico, siguiendo con el símil planteado, Zweig ofrece la opción de partir de esas huellas: trabajos previos, esbozos garabateados en cualquier trozo de papel, borradores, manuscritos que nos den una pista del porque de tal o cual cambio en la obra definitiva, de porqué elegir una palabra en lugar de otra, una línea, un color en un lienzo.
Sin embargo, llegados a este punto, Zweig se encuentra con un nuevo problema: hay artistas que parecen imbuidos de la inspiración divina, que le dicta la obra y de la que el autor parece mero transcriptor o receptáculo, con una actitud que parece pasiva. Tal es el caso, que pone como ejemplo, de Mozart, de quien no se conservan borradores ya que todo el trabajo tenía lugar en su mente y la obra que escribía era ya, por derecho propio, la definitiva.
Llega a la conclusión de que, junto con el estado de concentración previa deben darse uno de dos elementos: o bien una inspiración divina o creación inconsciente, o bien un ejercicio de duro trabajo humano o creación consciente.
En realidad, los dos estados suelen estar mezclados misteriosamente en el artista. No basta que el artista esté inspirado para que produzca. Debe, además, trabajar y trabajar para llevar esa inspiración a la forma perfecta. La fórmula verdadera de la creación artística no es, pues, inspiración o trabajo, sino inspiración más trabajo, exaltación más paciencia, deleite creador más tormento creador.
Y así es como llega Zweig a la única consecuencia lógica del problema planteado: no hay una sola norma, una sola ley aplicable a todos los artistas, como no hay dos obras iguales. Cada persona, cada creador, definirá de forma única sus tiempos y su forma de trabajar. Cada uno será consciente de si puede crear en cualquier circunstancia o si deben darse unas condiciones muy concretas para dar lugar a una obra, cuando menos, memorable para él. No hay camino acertado o desacertado más que aquel que dicte la lógica interna de quien se enfrenta a un lienzo, una partitura o una hoja en blanco.
Por eso tal vez no estaba muy acertado el título de mi disertación «El misterio de la creación artística», y quizá habría dicho mejor: «los mil misterios de la creación artística», pues cada artista agrega al gran arcano de la creación uno nuevo: su misterio propio, personal.
¿Estáis de acuerdo con el planteamiento de Stefan Zweig? ¿Habéis sido capaces de crear vuestro propio plan creativo? Tenéis los comentarios a vuestra disposición.