Meditaciones de cine

Hace poco reseñaba una obra relacionada con Hayao Miyazaki, uno de mis directores predilectos y, poco días después, vengo con el segundo —al que no sabría en qué posición colocar—: Quentin Tarantino. Cuando me adentro en mi memoria cinéfila, no todo lo extensa que me hubiera gustado, hay un lugar especial para la primera película que vi en cines: Babar. Luego, revisando fechas, no me cuadra demasiado (la película es de 1989 y para ese entonces seguro que había visto más cosas), pero el recuerdo es pasto de distorsión. 

Sin embargo, cuando alguien me pregunta por mi primera experiencia con el cine, siempre menciono Reservoir Dogs (1992), película que con toda seguridad no vi en las salas, sino en alguna reposición televisiva. Es la película con la que entendí que estaba asistiendo a algo más profundo que un mero entretenimiento, a algo diferente, rompedor. Por supuesto, cuando creces y te das cuenta de todo lo que hubo antes —y habrá después— de Tarantino, sabes que no lo fue tanto. Pero esa impronta queda ahí, grabada, y le convierte en una figura de relevancia en mi educación cinematográfica. 

Imaginad, pues, la ilusión que me hizo verle la semana pasada en directo presentando Meditaciones de cine. 

Meditaciones de cine: las memorias de un Enfant terrible. 

Quentin Tarantino
Quentin Tarantino

Meditaciones de cine es un ejercicio de nostalgia entendida desde la razón. Ya en su primer capítulo Quentin Tarantino (Tennessee, 1963), que aún hoy es considerado un poco enfant terrible del cine cuando acaba de cumplir sesenta años y está trabajando en la preproducción de lo que será su última película, se adentra en los cines de su infancia. Su infancia no es la de los grandes bulevares con cines engalanados que a muchos Hollywood nos trae a la mente; es más bien la de los pequeños cines de barrio, cines cochambrosos donde los estrenos llegaban hasta con un año de retraso, los más accesibles andando desde su casa en el barrio de Harbour City, en Los ángeles, o aquellos a los que le llevaba su madre o alguno de los amigos de ella. 

Por eso, Meditaciones de cine no se establece como una guía de su cine favorito, sino como una revisión de las películas que le marcaron en la adolescencia, desde los siete a los dieciséis años, aproximadamente. Ha optado, por tanto, de entre todo su bagaje cinéfino, por películas que vio en cines en el momento de su estreno, a lo largo de los años setenta. Fue una época revulsiva en el cine hollywoodiense, con el paso del cine más clásico de estudios al de esa generación de hijos de la televisión, como él les llama, en las que entraban en juego directores como Spielberg, De Palma o Scorsese, atravesando esa generación de ruptura y de oposición social en la que podría estar Don Siegel. 

Es también el cine del desmedido consumo de drogas, la oposición a la guerra y a los convencionalismos sociales, la violencia y el blaxplotaition. Este es el mundo del cine al que Tarantino abrió los ojos y aprendió a amar con pasión hasta el punto de querer contar y dirigir sus propias historias. 

El cine más temerario 

Sí es cierto que, con mayor o menor tino, Quentin Tarantino opta en gran medida por películas que no pueden dejar indiferentes. No siempre para bien; muchas de ellas han pasado a la historia del cine con mayúsculas, como Taxi Driver, y otras han quedado relegadas al olvido excepto para legos en la materia. Sin embargo, todas ellas le llevaron a la conclusión siguiente: 

[…]nunca permití que esa gente me impidiera nada. Los espectadores pueden aceptar mi obra o rechazarla. Considerarla buena o mala, o quedarse indiferentes. Pero en mi cine siempre he abordado con actitud temeraria el posible resultado final. Una actitud temeraria que en mí surge de manera natural. O sea, en serio, ¿qué más da? Es solo una película. 

Hay valor en aceptar que lo que te llena, lo que pasó de una pasión cinéfila a un modo de vida, es «tan solo» una película, hasta cierto punto insignificante en el cuadro general de lo que sucede en el mundo. Y aún así poder destilar amor y entusiasmo por un género que te llena y te ha acompañado, no solo desde el punto de vista profesional sino también desde el personal. Quentin Tarantino habla de películas desde las personas, desde el contacto con su madre primero y con el círculo de amigos de ella, hasta terminar en las personas que conforman el lado más económico del sector: críticos, productores, directores…

Una de las bazas de Tarantino es que comprende que explicar una película, sus partes buenas o malas, es indisoluble de saber quiénes trabajaron en ellas, cómo se articulaban como equipos, qué influencias —buenas o malas, en cuyo caso hablaríamos de presión— se ejercía sobre ellas. La colección de películas que pasan por las páginas de Meditaciones de cine es una colección de gente que a veces luchaba por un proyecto artístico y otras por un resultado económico. Y lo que consigue al final es que eso no se convierta en una crítica sino que se valore de forma objetiva y se entienda que, de una u otra forma, influyó en el resultado. 

La óptica del espectador

Algo terriblemente complicado cuando trabajas en el seno de un sector profesional es mantener la ilusión que sí tenías cuando entraste en contacto con él. Ser librera, puesto el caso, es en ocasiones analizar un libro desde una perspectiva técnico-económica y tener dificultades para apreciarlo desde la más pura emoción.

En Meditaciones de cine Tarantino sí consigue mostrar esa parte emocional, ponerse en los ojos del espectador joven —casi niño— que era y transmitir lo que sintió por primera vez, aunque luego lo complete con sus conocimientos técnicos. Es un libro que tiene cierto caos estructural, tanto entre capítulos como dentro de cada uno de ellos, pero que responde tal vez con acierto a su forma de conectar ideas, de saltar de una a otra sin pensarlo demasiado pero sin que resulte bizarro, estableciendo relaciones entre las que fueron las mejores películas de esa época y, seguramente, también las peores, pero siempre ofreciendo algo bueno de esas últimas. 

Lo que Tarantino consigue con este libro es lo que a muchos, y me incluyo, nos gustaría conseguir en la literatura: contagiar la emoción y crear la necesidad de  ver más, de conocer más, de descubrir más y de saber transmitirlo. Es un libro escrito desde la pasión para quienes puedan entender esa pasión en algo que «solo es cine». 

  • Título: Meditaciones de cine 
  • Autor: Quentin Tarantino (Traducción de Carlos Milla Soler)
  • Editorial: Reservoir Books (más información del libro aquí y puedes leer un fragmento aquí
  • 432 Páginas. 21,90 Euros (formato papel); 9,99 Euros (formato digital) 

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