Cuando tenía unos doce años, año arriba año abajo, mis primos —en realidad primos segundos, pero este dato no tiene relevancia alguna— me regalaron un libro titulado Doble esplendor, editado por Gadir. Cómo llegaron a ese título o cómo tomaron la decisión de regalarle algo así a una preadolescente es una información fuera de mi alcance. Pero recuerdo esa autobiografía de Constancia de la Mora, una mujer en rebeldía con lo que se esperaba de su clase social y su género, como ese libro bisagra, el primero, entre las lecturas juveniles y las adultas.
Ese libro es el que, con todas las salvedades posibles, me ha venido a la cabeza mientras leía Maddi y las fronteras, la última novela de Edurne Portela y primera tras ganar el Premio Euskadi de Literatura en castellano en 2022 por Los ojos cerrados.

Maddi y las fronteras y las decisiones narrativos
La relación entre ambas propuestas se reduce, tal vez, a que ambas son el reflejo de dos mujeres que actuaron de forma muy distinta a como se esperaba de ellas en un momento histórico en el que era algo casi impensable. Maddi y las fronteras tiene todos los elementos del ejercicio de recuperación de la memoria y de la narrativa de la biografía, pero planteada de una forma muy diferente.
Edurne Portela narra en el epílogo cómo llegó a esta historia. Un epílogo usado con inteligencia —algo cada vez más escaso de ver con textos irrelevantes o, aún peor, relevantes que alguien decide transformar en prólogos que predisponen la lectura— que además da respuesta a la sempiterna pregunta del lector ante aquellas historias que de verdad les han tocado lo emocional de una u otra forma.
Cuenta Portela que, en otoño de 2021, recibió una llamada en la que se le ofrecía documentación en torno a una mujer: María Josefa Sansberro. Esta, nacida en Oiartzun en 1895 y regente de un hotel muy popular en los años treinta a los pies del monte Larrún —zona entre la frontera española y francesa— tenía una historia que necesitaba ser contada. Le ofrecieron esta oportunidad y Portela optó por, en lugar de hacer un ensayo como ya había sucedido en el El eco de los disparos, escribir una novela.
La novela es una apuesta arriesgada en cuanto permite más errores bajo la premisa de que se cometen en aras del interés narrativo, pero a veces diluye el homenaje —que es a la postre esta historia de Maddi— tiñéndolo de una emotividad, una serie de artificios literarios que pueden nublar el juicio del lector y transferir la biografía al terreno de lo fantástico.
En el caso de Maddi y las fronteras esta apuesta es aún más extrema: Edurne Portela toma la decisión de ocupar el lugar de Maddi y narrar la historia en una primer persona, ocupar el vacío que deja la documentación existente con imaginación o intuición, rellenar espacios y procesos mentales que justifiquen las acciones de toda una vida.
Feminismo sin intención, lucha sin combate
María Josefa Sansberro o Maddi fue una mujer luchadora. A la lectura de la novela se vislumbra que no era feminista en tanto no tenía consciencia alguna de estar ejerciendo una lucha por los derechos de la mujer. En un tiempo, el actual, en el que la bandera del feminismo se enarbola para cuestiones a veces enormemente difusas, es un placer encontrar en voces pasadas las mismas reivindicaciones hechas desde la intuición. No es la primera vez que la literatura sorprende por su actualidad a pesar del paso de los años, sin que ello sea motivo de alegría.
La novela no se enmarca en los derroteros del feminismo, aunque los tantee. Maddi se describe como una mujer con una visión muy clara de lo ético, de lo que está bien y lo que está mal, y esas ideas fueron las que la llevaron a tomar decisiones a veces muy difíciles. Si regresamos a la cuestión de género descubrimos que era una mujer divorciada, con el enorme estigma social que eso suponía en la primera mitad del siglo pasado —y aún en la segunda—. Era además algo sin sintonía con sus creencias: Maddi era una mujer religiosa que comprendía que el divorcio no estaba aceptado por la Iglesia pero que también veía que una institución religiosa no siempre funciona acorde con sus propios preceptos.
Aunque la vida personal de Maddi transcurre a ojos del lector, con momentos de regocijo pero también con dureza descarnada, el objeto de la novela no es tanto destacar esta faceta sino poner en valor que formó parte y lideró diversas redes clandestinas en la muga para ayudar a escapar españoles hacia Francia durante la Guerra Civil y franceses, en especial judíos, hacia España, durante la ocupación nazi francesa de la Segunda Guerra mundial.
Maddi y las fronteras es una historia donde toman forma los riesgos personales de la protagonista en favor de un bien común, donde la individualidad no tiene espacios. Maddi regentó un hotel que fue ocupado por altos cargos alemanes durante la ocupación nazi de Francia. Les servía con supuesta sumisión mientras a pocos metros pasaba información y ocultaba a gente de aquellos que ocupaban sus camas.
La eterna cuestión de la violencia.
Edurne Portela es una gran escritora que ha convertido la violencia es un tema que orbita constantemente alrededor de sus libros. La de Maddi y las fronteras no es una violencia explícita o vívida, en el sentido en que no es en absoluto una literatura desagradable de leer. Sí hay una exposición de una violencia de la que obliga al lector a ser consciente a través de su escritura, en un ejercicio complicado en el que a veces recurre a recursos narrativos con mayor o menor eficacia.
Es la violencia contra los perdedores, los que no tuvieron voz para poder denunciarla y que, por lo tanto, quedó oculta a la vista. Siempre se dice que la historia la escriben los ganadores y a veces es necesario encontrar la voz de los que perdieron para poder formar la imagen completa de lo que sucedió en un conflicto. Más aún cuando esos perdedores fueron mujeres que, aún en posiciones sociales dominantes —y no es el caso que nos atañe—, quedaron sepultadas en el olvido.
Maddi y las fronteras es una novela que se escribe desde lo íntimo, desde esa primera persona, para poner en valor la historia de una mujer que es al tiempo la de otras muchas que arriesgaron su vida y a veces la perdieron por un concepto tan simple pero tan importante como es el sentido de la justicia y de lo que está bien o mal.