La puerta de las estrellas

Ingvild H. Rishoi no oculta sus referencias en La puerta de las estrellas. Su historia está basada en el clásico cuento de Hans Christian Andersen La pequeña cerillera –también conocido como la cerillera, la niña de los fósforos, la Nochebuena de Anita o La pequeña vendedora de fósforos–. Es esta una historia que no ha gozado de tanto predicamento en nuestras latitudes como La sirenita, Pulgarcita o El patito feo, tal vez debido a que las temperaturas no acompañaban tanto a este cuento de 1845 que, sin embargo, sí es bien conocido en otras zonas como Oslo, ciudad natal de Rishoi. 

En lugar de una pequeña cerillera, en La puerta a las estrellas tenemos a Sonja, niña de diez años que aún puede permitirse el lujo de soñar con un futuro que se augura complicado. A principios de diciembre su principal obsesión es contar con un árbol de Navidad. Pero a la vista de la situación de su padre, alcohólico incapaz de mantener un trabajo, parece poco probable. Aún así Sonja se aferra a futuros llenos de calor, a recuerdos felices de cabañas en verano, mientras, adultos lectores, asistimos a una inminente ruina que germina en el frío de lo más crudo del invierno, en las ventanas con tablones sueltos, en los sempiternos cereales como comida eterna. 

Me acerqué más, estaba junto a su brazo.

–Papá, ¿sabes que ahora mismo podría dejar caer algo pesado encima de tu cabeza? 

Ingvild H. Rishoi
Ingvild H. Rishoi

La puerta de las estrellas: un cuento en varios niveles. 

A la visión de Sonja la autora introduce un contraste, la figura de su hermana mayor Mel o Melissa. ¿Qué edad marca el paso de la infancia a la adolescencia? ¿En qué momento se hacen pedazos los cuentos de hadas? 

El agua burbujeaba. Papá cogió el hervidor. Yo tenía la cabeza repleta de sueños. 

Melissa es el contrapunto de los sueños rotos, de la infancia desparecida que asume que hay clases, hay golpes de suerte, hay buenos tiempos pasados y ninguno de ellos está por venir. Es el paso que supera la desesperación, es tal vez el personaje más interesante que ofrece la novela porque ha llegado más allá de  la línea en que los sueños son el bastión del alma para adentrarse en la sumisión más absoluta. Es además, si creyéramos en cuentos de hadas, el presente que deja a la luz los monstruos de una sociedad que se mira en demasía el ombligo, que aparta la mirada ante los vulnerables, los empobrecidos, los ocultos dentro de casas que se caen a pedazos.

Mientras ambas niñas –porque no puede asumirse, no en realidad, que Mel es una adulta aunque haya asumido ese papel protector frente a su hermana– caen en una realidad que no saben ni pueden afrontar, su padre se bambolea en la adicción al alcohol, en entradas y salidas continuas de un mal que en La puerta de las estrellas –magnífico nombre para un local destinado a los estratos más bajos de la sociedad, bar de mala muerte y peor reputación– se hace fuerte y arrastra, como todas las adicciones, y engaña y se disfraza de calor, de abrigo, de levedad soportable y nunca de prisión enfurecida. 

La vulnerabilidad de una sociedad a la luz. 

Tal vez la razón por la que el cuento de Hans Christian Andersen no ha soportado bien los vaivenes del tiempo sea que negamos a nuestros infantes la realidad del dolor hasta sus últimas consecuencias: la asunción de que, aunque no sea en propia piel, existe y es una constante. El autor danés quería, precisamente, poner en evidencia la vulnerabilidad de algunos, la forma en la que se ven sometidos a la miseria, el hambre, el dolor, sin que nadie les preste atención, sino que nadie se moleste en gritar auxilio. Apelaba, como lo hace Rishoi, a la ausencia de la compasión, a la necesidad de la misma y a que, en el fondo, no es tan difícil, en ocasiones, ser un contrapunto a lo que sucede de puertas hacia adentro. 

En La puerta a las estrellas no faltan momentos llenos de dulzura, almas atentas, preocupadas, que generan la inmediata empatía del lector que busca en ellos la solución a un problema que ve crecer a marchas forzadas sin poder hacer más que ser testigo de la caída en el reino de la fantasía de una niña pequeña. 

–No sirve de nada luchar–suele decir papá–. Ya te puedes ir olvidando, la pelea está amañada. 

Una sociedad vulnerable, una sociedad compasiva.

El gran acierto de La puerta de las estrellas es, por un lado, la enorme sensibilidad con que se desenvuelve en un terreno pedregoso a golpe de pequeñas escenas que siembran el ambiente propicio para dejar que la Navidad caiga con el peso de la esperanza pero también del dolor que supone para muchos y que tiende a olvidarse entre luces brillantes. Y por, otro, el recordarnos que, casi doscientos años más tarde, las infancias rotas existen, los vulnerables están a la puerta de nuestras casas y tendemos demasiado a girar la cabeza hacia otro lado olvidando el significado de la compasión. 

La puerta de las estrellas

  • Título: La puerta de las estrellas 
  • Autor: Ingvild H. Rishoi (traducción de Lotte Katrine Tollefsen) 
  • Editorial: Galaxia Gutenberg (más información del libro aquí).
  • 176 Páginas. 14,50 Euros (formato papel); 

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