La librera y el ladrón: el libro como objeto físico codiciado

En este blog se habla mucho del libro como continente de algo que me interesa: la literatura. Si os fijáis, y tal vez con la excepción del álbum ilustrado infantil donde el formato pesa con fuerza, no hago excesivos alardes por recomendar una edición frente a otra. Sí me fijo en las traducciones, cuando está a mi alcance hacerlo —por suerte siempre hay a quién consultar que sabe más del tema—y tampoco estoy diciendo que desprecie una portada bonita o una encuadernación mimada con un poco más de esmero del habitual.

¿Pero qué sucede cuando el contenido pierde valor y lo relevante es el continente? Ahí nos sumergimos en el extraño, por poco conocido, mundo de las transacciones de libros antiguos, los anticuarios y un mercado del que apenas nos llegan nociones. Pero está ahí.

Ese mundo forma parte de La librera y el ladrón, la novela de Oliver Espinosa (Barcelona, 1985), en la que vuelca buena parte de su experiencia como abogado en litigios de propiedad de volúmenes extraños por poco abundantes, valiosos a fin de cuentas pero no por su interior, sino por su exterior.

En La librera y el ladrón Laura se enfrenta con un poso de desesperación a la desaparición de la librería anticuaria familiar cuando las cifras ya no cuadran. A pesar de eso, se resiste a vender el manuscrito de El infierno de Dante que tanto apreciaba su padre. En su camino se cruza Pol, un joven con un talento innato para sustraer libros ajenos y que se mueve más por lo material que por lo literario.

Espinosa nos sumerge en un mundo de codicias y de ansiedad por poseer algo único. Un universo al alcance de unos pocos al que nos lleva de la mano, dejando caer datos que completan la novela sin perder de vista la trama.

oliver espinosa

En la librera y el ladrón se produce un efecto que es interesante, una deshumanización del libro como contenido para ensalzar su aspecto externo, lo que daríamos por llamar un libro-objeto.

Sí, aunque yo espero haber tratado las dos partes, no haber dejado esa visión exclusivamente mercantil o monetaria o dineraria de los libros, porque ese es solo un aspecto y es solo una motivación. El otro valor es el valor emocional. El amor que refleja Laura por el libro y que ha heredado de su padre. También hay un valor histórico que se manifiesta en la trascendencia del descubrimiento al final del libro o la obsesión por el coleccionismo que es lo que muestra Marcos que es un personaje que evoluciona en cuanto a su percepción de las cosas.

Así que el valor monetario es un aspecto más dentro del mundo del libro y puede que sea más llamativo o más directo, o el más universal o el más rápido. Además es un factor que muchos lectores no conocen. Los libros impresos pueden llegar a alcanzar millones de euros. Ni siquiera hablamos de manuscritos.

Ese mundo sumergido, que pocos conocemos, es un mundo con el que tú sí has tenido contacto de primera mano por tu trabajo como abogado. Desde fuera parece reservado a una élite muy, muy limitada de la que nadie sabemos apenas nada y que no aparece en medios.

Sí, estamos hablando de los libros antiguos de verdad, lo que llamaríamos libros de lujo. Si te acercas a una librería de anticuario el libro más barato puede estar en el orden de los doscientos a los trecientos euros, puede ser alguna cosa del siglo XIX y ya de ahí subimos hasta casi el infinito. ¿Por qué es un mundo tan reservado y tan elitista? Primero, por el elevado valor del libro. Y también porque en la venta, la transacción, siempre hay riesgo. Por muy específicos que nos pongamos, por mucho que analicemos los factores que dan valor a un libro, que son de partida el estado y la antigüedad, aunque la antigüedad suele ser el más sobrevalorado.

Mucha gente piensa que por tener un libro de cuatrocientos años tiene una fortuna, pero puede tratarse de un libro religioso que tuvo una tirada enorme y en realidad su valor es casi nulo, alrededor de los ciento cincuenta euros. Ese sería un ejemplo real. Luego está la cuestión del estado. Puedes encontrar un libro increíble, con todas las características para ser un libro valioso, pero a lo mejor le falta una página, se han roto las esquinas, está carcomido… eso le hace perder mucho valor.

Un tercer factor a tener en cuenta sería la rareza. ¿Cuántos ejemplares hay? ¿Quién fue su propietario? ¿Tiene alguna firma? ¿Es una primera edición? ¿Es una edición especial? Entra en juego también la moda de ese momento… el factor de la rareza es muy complicado de definir. Si ahora mismos nos encontráramos un libro de unos trescientos años de botánica, de viajes o de algún otro tema atractivo de entrada, nos iríamos al mercado a intentar ver si hay alguno más y si es así tendríamos una referencia del precio. Hay una base de datos americana en la que pagas mil a dos mil euros al año y te aparecen prácticamente todos los libros que se hayan subastado en cualquier parte del mundo.

Así tienes unas referencias, pero no te están informando de cuántos libros o ejemplares hay en el mercado. Lo más apasionante que he conocido yo es un libro del que precisamente no había referencia alguna en el mercado o la última era de hace más de diez años. Ese ejemplar no tiene un mercado abierto.

Cuando eso sucede al final se da la situación que se plantea en la novela: un coleccionista siente la necesidad de hacerse con el libro, ya sea por orgullo, poder, obsesión por completar una colección… y se ve abocado a meterse en líos. En la prensa internacional hay casos notorios, más que en la nacional, de personas muy bien posicionadas social y económicamente que han llevado a cabo robos terribles y han puesto en riesgo su vida profesional y pública por su pasión desmedida por el libro.

El personaje de Marcos, que es ladrón de corazón pero no en la realidad porque siente mucho miedo del acto de robar y usa a Paul como mano ejecutora, es un coleccionista de hojas arrancadas de manuscritos, algo que muchos consideraríamos como sacrílego. Pero es cierto que existe un mercado de gente hace lo mismo con libros de precio tal vez no tan elevado y con muchas ilustraciones, como los de fauna o botánica, vendiendo las hojas por separado. Da mucha pena.

Se hace así porque es más rentable y además es más fácil de comercializar. Da pena, sí. Yo animaría a cualquier ladrón de libros a que siempre que lo robe lo conserve y lo guarde completo, esa es la idea, que el ejemplar siga trascendiendo a lo largo del tiempo. La gran mayoría tiene una gran calidad de impresión que se refleja en el hecho de que tienes en las manos un incunable de mil cuatrocientos setenta y algo y está nuevo: impecable, con la hoja blanca y limpia… Sin embargo, si te vas a libros de la generación del 27 se te hacen pedazos en las manos. Una primera edición de Borges tiene muy mala calidad y se te hace polvo.

La conservación de la integridad del libro debería ser el objetivo principal de quien tenga un libro, ya lo haya adquirido de forma legítima o ilegítima. Hay que intentar salvaguardarlo.

A esa cuestión se le podría dar una vuelta: parece que hoy en día el libro no está pensado para perdurar tal y como se planteaba en el pasado. ¿Ha cambiado nuestra visión respecto al libro como objeto superviviente de otras eras?

Sí. Los negocios son negocios y compiten en mercados muy transparentes en los que está claro dónde está el margen de beneficio y cómo sobrevivir. Al final se homogeneiza todo. El libro es un producto masificado, por suerte ya que la parte positiva es que eso facilita el acceso a la cultura. Pero por otro lado la parte negativa es que hay que ajustar el tema de costes, tienen que ser competitivos o sino el mercado se lo va a llevar otra editorial. Salvando alguna excepción, como podría ser el caso de libros de arte que sí se editan con vocación de permanencia, con tiradas de cincuenta a ciento cincuenta ejemplares y con características especiales, lo que se nota en el precio, que puede ir de los cien hasta los dos mil euros.

El personaje de Paul es moralmente discutible. Tiene buenas intenciones pero la ejecución no es siempre tan ética como cabría esperar y además le ofreces un final en la novela muy interesante y abierto a la suspicacia del lector.  

Creo que queda abierto y es algo que me interesaba. Aún así quiero pensar que hay una evolución en su manera de pensar y, por ende, de actuar. Al final sus motivaciones se van aclarando, las que parecen más oscuras al principio luego pueden no tener un matiz tan negativo.

Cada capítulo comienza con una cita de obras clásicas de la literatura. No sé si son obras que te hayan gustado en especial como lector o bien que hayas encontrado relevantes por su relación con el capítulo en si.

Algunas sí, y otras por la relevancia del aforismo. Por ejemplo, no he tenido ocasión de leer el Corán al completo pero sí me interesa esa primera exaltación que consta en la novela. Así que hay algunos libros que he leído y otros que no.

En el caso de los libros de Dante, que tanta relevancia toman en la trama de la novela, ¿te has acercado a su literatura?

Si quieres sudar, lee La Divina Comedia. Es un libro complejísimo, complicado. Para mí hay una contradicción implícita en la obra. Es un libro tan estructurado en la forma que crees que no se va a hacer pesado porque hay una lógica detrás. Pero se hace cuesta arriba a pesar de que no es un libro en extremo largo. Es muy, muy complejo y hace referencias a muchas figuras y por eso a día de hoy siguen existiendo muchos estudiosos y académicos que se decían a desentrañar el significado de sus múltiples referencias de una obra que está a caballo entre la Edad Media y la Edad Moderna.

Tiene interés también por toda la capacidad especulativa, todas las posibilidades especulativas que hay alrededor de la Divina Comedia.

Otra de las cuestiones que se plantea en la novela es que no se trata de una trata de libros local, sino que, como sucede con tantas otras cosas, el mercado está globalizado en extremo. El comprador puede estar en Rusia, el vendedor en Estados Unidos y el intermediario en cualquier otro lugar.

Es un mundo muy internacional cuando nos referimos sobre todo a las obras de alto valor, porque no tienen fronteras de ningún tipo. Por ponerte un ejemplo, ahora mismo un Quijote de Ibarra puede estar rondando los veinte mil euros o cerca. Este es un libro que en el mundo entero está reconocido como una referencia bibliográfica, con una impresión impecable. Además, no es una primera edición, pero por la calidad de impresión y por la obra en si, la primera de la lengua española, tiene mercado en todo el mundo. Si tuvieras los cuatro tomos los venderías en cualquier sitio, te los compraría un americano, un canadiense, un peruano o un africano. No tendría barreras. A partir de cierta relevancia el mercado es internacional.

Además, tú puedes ir con un libro en una mochila, en la maleta, en un bolso, antiguo, de unas dimensiones razonables, y no creo que nadie, ni en la aduana ni en ningún sitio te vaya a preguntar por su procedencia. Y puede valer hasta centenares de miles de euros.

Tal vez una cuestión más coyuntural a la novela podría ser una cierta crítica de la administración pública del patrimonio cultural, en esta ocasión de los libros, a quienes parece ser más fácil sustraer de obras valiosas. Aparecen también muchos espacios públicos —museos, iglesias…— y muchos coleccionistas privados. Se deja plantear la duda de si esas obras, tan icónicas, tan maravillosas, deberían dejarse en manos de coleccionistas privados y negar su acceso a la población en general. Esto lo planteo por supuesto negando el aspecto mercantil, más complejo y que tiene un peso básico en las transacciones.

 Es un dilema complejo que las instituciones no terminan de tener claro. Yo creo que los guardianes del conocimiento y del patrimonio tienen que ser las instituciones públicas. Al final, la finalidad de una entidad privada siempre va a tender hacia el beneficio económico y el enriquecimiento de unos pocos. Pero las entidades públicas, como se ha demostrado en algunos casos muy sonados, como son el de la Biblioteca nacional española o la Biblioteca de Nápoles, no tienen los medios o procedimientos necesarios para guardar su patrimonio con la seriedad que sería debida. Hay una parte de lo público que está muy descuidada y que se merece más atención.

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  • Título: La librera y el ladrón
  • Autor: Oliver Espinosa
  • Editorial: Planeta (más información del libro aquí y podéis leer un fragmento aquí)
  • 336 páginas. 19,90 Euros (formato papel); 9,99 Euros (Formato digital)

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