Está siendo este un año algo atípico en lo que a mi evolución lectora se refiere. Aunque hablaré de ello la próxima semana —junto con una más de las listas de libros que yo recomendaría y que, admitámoslo, poco tendrá que ver con las que veréis por ahí—, una de las cosas que destacaría es que he empezado y casi terminado el año con un mismo autor: Richard Ford. Una experiencia que, si el escritor os gusta, os resultará curiosa y agradable a la vez: la de reconocer en el texto el estilo de un «viejo amigo» mientras que, al mismo tiempo, percibes una evolución que es más un avance como lector que un desarrollo del escritor. Esa es mi conclusión después de leer Francamente, Frank.
El nuevo libro, Francamente Frank, no es una novela de Frank Bascombe, sino cuatro extensos relatos suyos ambientados tras el paso del huracán Sandy, la terrible tormenta que asoló buena parte de la costa atlántica estadounidense a principios del otoño del 2012. Las razones por las que volví a Frank después de haber jurado no hacerlo nunca más tienen que ver con la circunstancia, la dejadez (por mi parte) y el olvido: las razones por las que muchos de nosotros hacemos muchas cosas importantes.
Es cierto que Francamente, Frank no es una novela, pero sí una continuación en el tiempo con la que Richard Ford (1944, Jackson, Mississippi) cierra —de momento— una tetralogía protagonizada por el irreverente y deslenguado Frank Bascombe, y que se une a El periodista deportivo, El Día de la Independencia (premios Pulitzer y PEN/Faulkner) y Acción de Gracias.
Rozando la setentena, Frank parece querer dejar atrás todo lo superfluo de la vida, que observa con una mirada cínica, rozando —y cayendo— en el humor negro con esa libertad de expresar lo que se piensa tan propia de la gente de cierta edad que ya no teme por las consecuencias de sus palabras. Desde un bien avenido segundo matrimonio con una mujer preocupada por consolar a las víctimas del huracán Sandy, confeso escritor fracasado, padre que mantiene cierta distancia con sus dos hijos vivos y una distancia menor de la que le gustaría con su primera esposa, Frank va desgranando con calma su visión de la muerte, de las relaciones, del dolor, de la memoria, de la pérdida y, en resumen, de casi todos los sentimientos que puede albergar el ser humano. Frank ya no es joven, le preocupa en lo que se está convirtiendo su país y se interesa más por las personas como individuos que por la sociedad en su conjunto. No es el protagonista de las historias sino más bien un narrador forzoso, obligado a escuchar lo que quieren decir los demás mientras asimila sus experiencias a las propias y las analiza desde un punto de vista muy personal. Tanto que, a veces, caemos en la tentación de pensar que es el propio escritor, Ford, quien habla (no en vano en esta obra, a diferencia de la trilogía original donde Bascombe tenía apenas cuarenta años, las edades de ambos, protagonista y escritor son muy similares).
Ford ofrece una narrativa precisa, muy descriptiva que, sin embargo, no se apalanca en las formas y deja que el fondo se desplace con suavidad hacia su objetivo. Son cuatro relatos bastante acordes a una estructura tradicional: si bien el comienzo podría estar situado un poco antes o después en el tiempo, y el final se podría haber cortado en otro punto, pero el nudo está ahí, aunque sirva de excusa para ese análisis interior de la mente.
Al acabar de leer el libro la impresión que me llevo es que, aunque se supone que son cuatro relatos que conforman un todo, no fueron pensados para publicarse juntos. No al menos si atendemos a algunos temas que se repiten una y otra vez en cada una de las historias —el pasado como gestor inmobiliario de Frank, la muerte de su hijo…—. Da más la impresión de que fueron destinados a publicarse por separado, de forma que cada de uno de los relatos presentara a los personajes una y otra vez. Pero luego te encuentras con el engarce entre el final de un relato y el comienzo del siguiente y esa impresión se desdibuja.
Richard Ford nos trae, otra vez, un libro brillante, actual, centrado en el ser humano como epicentro de un mundo que parece empeñado en ponerle a prueba y a desplazarle de su inercia natural y que me confirma mi preferencia por el Ford que escribe relatos frente al novelista, al menos hasta que complete esta tetralogía que he comenzado por el final.
Por cierto, los párrafos que he reflejado en esta entrada los he extraído de una entrevista muy interesante a Ford que podéis leer aquí, sobre el proceso de escritura de una novela y sobre su afamado protagonista, con motivo de la publicación de Francamente, Frank.
Me doy cuenta ahora de que escribir novelas es un trabajo oscuro y solitario, que nadie está obligado a hacer; y de que escribir novelas conectadas supone unos requisitos rigurosos. Además, nadie tiene derecho a quejarse de algo que ha elegido hacer de forma voluntaria. Así que sólo diré que la experiencia de la enfermedad física y psíquica que cada vez se agravó más durante la conclusión de tres extensas novelas a lo largo de tres largas décadas se convirtió en mi «señal» de que había acabado con Frank. Para siempre. Podía escribir libros diferentes. Ya lo había hecho.
- Título: Francamente, Frank
- Autor: Richard Ford (traducción de Benito Gómez Ibáñez)
- Editorial: Anagrama (podéis encontrar más información en el siguiente enlace y descargar un fragmento del libro aquí).
- 232 páginas. 18,90 Euros.
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