Lo intento de nuevo con Florescencia. Lo de mi conflicto con la estupenda Alpha Decay ya lo he contado en otras ocasiones así que no me voy a extender. También aviso de que tengo una mente obcecada y no voy a desistir en el empeño de encontrar ese libro que nos reconcilie. A sus editoras ni les va ni les viene, por supuesto. Pero yo tengo ahí la espinita clavada y, aunque me tenga que leer todo su catálogo editorial (cada día más extenso y yo cada día con menos tiempo, vean lo comprometido de mi reto), seguro que al final acierto.
Esta vez ha estado cerca la cosa, así que creo que nuestra relación va por buen camino.
Una Sudáfrica que nos es ajena
En un mundo hiper globalizado donde casi toda la información está al alcance de la mano, tendemos aún a definir con tópicos aquello que nos es lejano. ¿Sudáfrica? Nelson Mandela, Apartheid y la Copa Mundial de la FIFA en 2010.
Por eso son tan necesarias las voces locales porque, aún partiendo de una visión subjetiva —y la de Kopano Matlwa lo es en grado máximo porque crea una novela a partir de una experiencia personal y se mueve en esa línea tan fina que bordea las tres dimensiones de la ficción, la autobiografía y la autoficción—, siempre se aproximará más a la realidad que cualquiera de las elucubraciones que hagamos desde nuestra butaca de primer mundo.

Florescencia nos habla de una Sudáfrica que dejó atrás el Apartheid y los conflictos entre blancos y negros para descubrir que «dejar atrás» es tal vez un término demasiado liviano y poco ajustado a la realidad. No se me escapa que aquí, en España, estamos continuamente «dejando atrás» el franquismo y tampoco parece que tengamos demasiado éxito. Las voces, los susurros a grito pelado se imponen, el dolor es en exceso cercano en el tiempo y las heridas están cerradas en falso.
En ese escenario aterriza el texto de Kopano Matlwa (Pretoria, 1985), que usa a su alter ego, Masechaba, como una herramienta para dejar claro que las cuestiones sociales que nos atenazan en el día a día no obedecen nunca a una única causa: no es posible aislar causas y efectos, faltan dedos acusadores que
Florescencia, un diario con Dios
Kopano Matlwa redacta su novela como si de un diario se tratara. Un diario moderno, sin fechas, sin un necesario tratamiento lineal de los hechos. Porque la mente no es lineal y retrocede continuamente para encontrar aquello que considera sus raíces. Un diario, además, escrito a un destinatario que es ella pero que es, al mismo tiempo, un ser superior, un dios, su Dios. Y ante ese dios se explica, se justifica y busca un sentido a su vida, a caballo entre su trabajo de médico, una madre religiosa y una compañera de piso liberal que la empuja a tomar alguna acción para mejorar el crecimiento de odio hacia los extranjeros por el que atraviesa el país.
Curiosamente, todas las cuestiones —la xenofobia, el feminismo, las relaciones familiares…— parecen diluirse en el texto de Matlwa ante el peso de una religión que, de fondo, parece ser el aliciente y la consecuencia de lo que la protagonista sufre. Masechaba justifica su proceder en ocasiones por la educación cristiana recibida, pero tampoco duda en pedir a Dios que actúe cuando ella misma no lo hace o, cuando sucede la desgracia que es el clímax de la novela, le acusa de haberla dejado de lado. La religión omnipresente en su vida de la que, sin embargo, nunca habla como tema central pero que desde el momento en que elige a un ser superior como interlocutor fantasma, es una presencia obligada.
La no elección de la maternidad
La religión se engarza así con el sentimiento feminista desde el momento en que comienza el libro hablando de su menorragia, de un sangrado menstrual excesivo que le hace sufrir y que es la causa de que elija la medicina como carrera: para conseguir que algún compañero le practique un raspado que los médicos le niegan por su corta edad, porque como mujer no sabe lo malo de prescindir de una futura maternidad. Tal vez la ironía radique en que, como cierre del texto, los demás parecen tener razón en lo que ella niega desde la primera página.
Florescencia es un texto interesante por su estructura —tal vez demasiado corta para plantear esa división en capítulos— y aunque no tiene un eje central, sí que nos acerca a la realidad de la autora desde una visión poliédrica, porque es imposible achacar un mal a una única causa.