Es la una del mediodía y soy la última de la lista de entrevistadores que ha recibido Federico Axat en la cafetería del hotel Ercilla para charlar de su última novela publicada por el sello Destino: Amnesia. Por alguna razón me esperaba un acento argentino muy contundente, pero no lo tiene: marcado sí, reconocible también, pero sutil. Probablemente un tópico en el que he caído por desconocimiento. Es amable y habla de forma reposada, pensando en cada palabra.
Amnesia es la historia —con un punto alocado, tal vez— de John Brenner, un joven exalcohólico, divorciado, con una hija y un ilustrador en un periodo de sequía creativa que una noche se despierta en el sofá de su casa y se encuentra el cadáver de una joven a la que no recuerda haber visto nunca. Todo esto en el primer capítulo. El ritmo no bajará en ningún momento.
Lo primero en que pienso —y lo primero que le pregunto— es si podemos pensar en Amnesia como en un thriller, aunque la casa editorial lo defina como tal. Hay un tema que se repite a lo largo de toda la novela y es la existencia de fuertes lazos familiares, más estables cuando hablamos de consanguinidad (hermanos, padres, hijos) y mucho más volátiles, endebles y frustrantes en las relaciones de pareja. Axat comenta que, en contraposición con su última obra (La última salida, 2015, también publicada por Destino), donde la trama era la columna que guiaba la historia, en este caso la situación entre John y su hermano y también su relación con amigos que la relación se remonta años en el tiempo, era el punto clave y además quería que los secundarios sostuvieran buena parte de la historia. Yo necesitaba construir los personajes de la forma adecuada para que encajaran en la historia. A veces, ambos aspectos pueden oponerse: una descripción demasiado detallada durante varias páginas puede ir en contra de la trama. Ese fue el principal desafío y lo que tuve que enfrentar al construir el libro. Es un thriller en el sentido clásico de la palabra, con sus giros y su final sorprendente, pero también es una historia de personajes.
En una nota de La Vanguardia se comparaba Carnival Falls —la pequeña comunidad o mundo imaginario construido por Axat para situar alguna de sus novelas y que nos traslada a los Estados Unidos— con Twin Peaks. La comparación no es casual: quien guste de los anagramas encontrará rápidamente la relación, pero además estamos ante una historia que, a pesar de los bosques y espacios naturales, parece desarrollarse en un entorno oclusivo, en un pueblo que aunque entendemos de tamaño medio, a cada momento parece plegarse y reducirse a un puñado de personajes, cada uno de ellos con secretos por desvelar— y de espacios en los que tienen lugar las diversas secuencias. Hay un homenaje a esa serie donde está ese plano esos dos picos gemelos, esas realidades espejadas en las que no sabemos si estamos ante un loco que imagina o en una historia que tiene algún otro asidero más realista. Me gusta jugar con esos dos planos. Además la conexión es inmediata desde el primer momento, en el que tengo una mujer rubia por identificar muerta desde la primera página de la novela. Pero no deja de ser un guiño a algo que me gusta. No tengo una ciudad espejada con Carnival Falls, pero sí la voy armando con cosas que he visto en otros lados, que me resultan familiares. No me interesa tanto hacer un libro que refleje la vida en Estados Unidos, no soy el indicado para hacerlo, sino que prefiero utilizarlo como un escenario, un telón de fondo para las historias. Pero al situar varias historias en un mismo paraje, veo que se genera cierta complicidad con los lectores.
Además de la familia, otro eje que vertebra la historia y da qué pensar al lector: los potenciales usos de los descubrimientos científicos, que se presentan como algo neutro en sí, pero sujetos a los objetivos de quien haga uso de ellos. ¿Es posible olvidar un acontecimiento traumático y no tener que sufrir las consecuencias psicológicas y los traumas? Axat presenta, de forma llamativa, los avances tecnoógicos como un arma muy poderosa, que puede tener connotaciones terribles, ya fuera para bien o para mal. Yo me apoyo en lo positivo, porque me parecía fascinante explorar esos usos de esa amnesia selectiva para olvidar lo que queremos olvidar. Hasta ahora nuestro cerebro hace eso lo mejor que puede, no siempre de forma eficaz, cuando hay hechos traumáticos que no podemos dejar atrás. El tema excede el libro y daría para otros enfoques. Casi todo el mundo —que no haya pasado por un trauma excesivo, aclara— dice que no cambiaría un hecho negativo de su biografía porque somos nuestros éxitos y nuestros fracasos, son lo que nos definen. ¿Hasta que punto uno seguiría siendo él mismo si se borrara una parte de su experiencia vital?
Otra cuestión presente a lo largo de toda la historia presente en Amnesia es la adicción, representada sobre todo en el personaje de John, su protagonista. Un personaje que además muestra un claro desarrollo desde el papel de exalcohólico pasivo, acostumbrado a que sean las acciones de los demás las que guíen sus pasos, a un hombre con iniciativa propia que se embarca en lo desconocido con el ansia de saber qué está ocurriendo en realidad. Él no culpa a los demás de lo que sucede, se siente responsable, carga con una mochila muy pesada, pero sí hay una cierta resignación por su parte. Su redención está en su pasado. Cuando comienza a encontrar sus raíces se afianza. Y Maggie, su amiga de la infancia, es la pieza que marca ese cambio y le ayuda a encontrar un sentido. La relación entre ambos, que se retoma en la novela, tiene un punto de romanticismo no disimulado pero que funciona sin ocupar el protagonismo ni desviarlo de lo que es el thriller en sí.
Llama la atención que Amnesia es un continuo bombardeo de situaciones y elementos que entran en juego secuencia tras secuencia: en todos y cada uno de los capítulos sucede algo, desde un grave giro que reconduce la visión del protagonista —y del lector— hacia un campo aún no explorado, a un detalle minúsculo pero de calado que nos traslada esa visión que Axat ha construido de sus personajes. A veces sobrepasa el efecto por exceso y cabe preguntarse si es necesaria esta concatenación de sucesos tan rápida y vertiginosa, cuando parece que nos hundimos en un cliffhanger continuo. Soy cuidadoso y trato de ponerme siempre en el lugar del lector para entender cuál es el ritmo que necesita el libro. Cuando algo sucede, lo hago sabiendo que tiene que existir un balance entre todos los temas, un equilibrio que es la clave del éxito de un libro de este tipo. Cuando el escritor domine ese balance, sabrá escribir un thriller. Yo aún estoy en fase de aprendizaje, me faltan muchas cosas. Me conformo con ver mis libros con cierta objetividad para ver qué hice bien y dónde me equivoqué para tratar de mejorarlo.
La estructura de la novela se articula en capítulos cortos, cortísimos. Desde el que ocupa apenas media cara al más extenso, apenas les separan cuatro páginas. Parece una obra escrita a retazos, en sesiones más o menos cortas pero completas, con una imagen muy similar a la que ofrecen las historias por capítulos de blogs. ¿Es casual este enfoque? No, no tiene que ver con eso. Lo más sencillo es que cada capítulo se pueda escribir en una sesión. Yo en un día normal escribo entre mill y dos mill palabras. Un capítulo más largo me obliga a cortar y retomar al día siguiente y uno mas corto me lleva a empezar otro. Desde el punto de vista operativo, lo ideal serían capítulos de dos o tres páginas, pero no me ato a ello. Pienso en una determinada situación y en mi cabeza surge el cálculo del número de palabras que va a ocupar. Pero no me lo impongo como una meta arbitraria.
Al leer a un escritor argentino —o sudamericano en general—, siempre me surgen dudas que quedan al margen de la historia, como puede ser la corrección de términos que, dentro de su absoluta corrección, pueden sonar extraños a un lector español. Yo escribo de esta forma. Aunque hablo de vos, no escribo de vos. Leyendo me he familiarizado con ese estilo y me gusta escribir así. Me lo he planteado muchas veces, el por qué no escribo utilizando palabras argentinas. Me gusta darle una cierta neutralidad a la historia. Es un poco lo que define mi estilo. Mis novelas se sitúan en Estados Unidos y mis personajes no hablan como lo hace un porteño, pero es que no están en Argentina. Trato de que no se cuelen localismos y quiero que se entienda todo al cien por cien. Prefiero utilizar palabras universales, que todo lector pueda entender. Permanentemente pregunto en redes a lectores de varios países cómo dicen tal o cual cosa para buscar el término más universal. Si escribiera historias que transcurren en Buenos Aires, pondría todo de mi parte para que fueran percibidas como tales, pero en mis novelas no tiene lugar.
Un último tema que ondea sobre la novela es el del suicido en varias vertientes, incluida la más controvertida: el suicidio asistido, tema que además da pie a estudiar las vertientes emocional o analítica de varios personajes como Mark, el hermano de John, que es un personaje que se dibuja con nitidez y de forma muy brillante. Un tema que trató con más profundidad en su anterior novela aquí no cobra tanto protagonismo y se plantea en todo caso desde distintos focos: desde la depresión o desde lo piadoso. Y, junto al suicidio, el alcoholismo como reflejo del rol que los demás asumen para nosotros. John se ve abocado a ser constantemente vigilado por un error de juventud, juzgado y teme recaer porque la sociedad le hace pensar que lo va a hacer.
Amnesia es una historia de ritmo rápido con un tinte de desenfreno controlado y que manipulará al lector hasta dejarle aturdido por el devenir de la acción, pero le dará pie al mismo tiempo a reflexionar sobre muchas cuestiones que giran en torno a las relaciones y los lazos familiares.