El sueño de la razón, la última novela de Berna González Harbour (Santander, 1965) que tiene por protagonista a la comisaria María Ruíz, traslada al lector al Madrid de hoy, un Madrid con Carmena como alcaldesa y con el río Manzanares fluyendo con más abundancia por la apertura de compuertas. En ese escenario tiene lugar un asesinato, el de una estudiante universitaria. Lo destacable es que ese asesinato escenifica un cuadro de Goya. María, en ese momento en suspensión de su cargo, comienza a tirar del hilo y busca la conexión entre el pintor y el asesino.
El pasado martes día dos pude estar charlando durante un rato con la autora sobre su novela, sobre el arte y sobre algunos de los aspectos que, más allá de la historia criminal de policía en busca de asesino, aborda:

«La precariedad ha expulsado a la gente de una vida convencional»
Madrid como una ciudad con un punto de decadencia, con una imagen que a veces desprende algo de inquina; Madrid fuera de los márgenes del turismo. En El sueño de la razón el Madrid por el que rueda la bicicleta parece estar construido sobre las cenizas de los que cayeron en la locura y la desesperación. Un Madrid a ratos oscuro y deprimente.
Es una novela negra y he querido dibujar los contrastes que hay en Madrid: hay un Madrid visualmente muy acogedor, presentable… pero también hay un Madrid de casas okupas, de gente que se ha quedado fuera del sistema por opción o por expulsión, gente sin hogar… Creo que lo abordo con cariño pero también con realismo. A veces es un quiero y no puedo, pero a mucha honra. Para mí tiene ese valor.
En la novela tenemos a dos personas que viven por elección en una casa okupa: por un lado Eloy, un adolescente con un pasado incierto que ha huido de su familia y se ha adaptado con aparente facilidad a una vida de semi penuria. Es un chico que, en cierta forma, abarca muchas de las corrientes actuales de la sociedad: minimalismo, veganismo… pero lo hace con cabeza y aparenta una madurez impropia de su edad. Por otro lado Sara, la mujer asesinada, que opta por vivir ahí a pesar de trabajar en la universidad completando su doctorado. Llama la atención porque en cierto modo se ofrece una visión un tanto romántica de la vida en una casa ocupada, al afrontarla más como una elección que como la única opción viable.
Es una opción de vida para mucha gente, porque hay una filosofía nueva, alternativa al sistema: gente que no quiere participar en el consumismo, en el gasto absurdo en el que a veces estamos. Pero también el sistema nos ha puesto ahí. ¿Cuánto gana un becario? ¿Puede un joven pagarse una vivienda independiente, tener un proyecto de familia, de vida? La realidad es que la precariedad ha expulsado a la gente de una vida convencional.
«Intento reflejar mujeres con fortalezas»
María, la inspectora que está bajo investigación y expulsada temporalmente del cuerpo, parece que también hace un ejercicio de introspección involuntaria. También despierta a una realidad en la que solo necesita una bicicleta, el móvil y algo de dinero. Sin embargo parece sentirse culpable por ello, por la nueva sensación de libertad y la nueva vida relajada que lleva. ¿Necesitamos ese parón en nuestras vidas?
Efectivamente, sin placa ni uniforme ni pistola recorre la ciudad. Es una María distinta, más esencial, porque al quitarse los uniformes y protocoles es ella en estado puro. Le puede su vocación.
Es el punto de la novela que más me ha costado entender y con el que me ha costado entrar en materia. ¿A qué obedece esa necesidad de investigar cuando se está jugando su futuro profesional?
Los que tenemos una vocación más que un trabajo no podemos desconectar, es como el periodismo. Aunque tengamos vacaciones, no descansamos. La profesión de escribir al igual que otras como la medicina, no se pueden dejar. María tiene este «bicho» inoculado, la vocación de encontrar la verdad y al culpable, ve un crimen y va a actuar.
Hay dos personajes, ambos femeninos, víctima e investigadora. Ambas ofrecen un equilibrio interesante entre fortaleza y debilidad, ambas participan de todo el rango cromático de grises. Pero los personajes masculinos también muestran esa dualidad: las dudas del periodista Luna sobre su futuro profesional, lo que oculta Martín, el subalterno de María…
Es un clásico en mis novelas, creo. No es buscado. Es el resultado de que esa es la realidad de nuestras generaciones. Intento reflejar mujeres con fortalezas, que las tenemos, pero a la vez tenemos muchísimas debilidades.
«Contemplar arte es una terapia»
¿Has visitado y visto en persona todos los cuadros que se mencionan en la novela?
Sí, sí. Siempre he visitado los museos, pero para esta novela me he documentado aún más. He pisado el Prado, la Academia de Bellas Artes de San Fernando, la Ermita de San Antonio de la Florida… todos los escenarios tanto de la novela como los referidos a Goya. He investigado y estudiado pero el desafío era no hacerlo pedante y que guste tanto a los que les gusta el arte y saben del tema como a los que no. De hecho voy dosificando la información a medida que la comisaría Ruíz va investigando y va aprendiendo según los crímenes nos llevan por un hilo que entrelaza con Goya.
¿Qué fue antes? ¿Te gustaba Goya y lo llevaste a una novela o surgió la idea y luego encajaste a Goya?
Creo que todo a la vez. Las novelas surgen a veces a partir de imágenes que caen en una conciencia abonada, en un terreno abonado por muchas cosas. Posiblemente nació en un momento en que estaba yendo mucho a El Prado, porque contemplar arte es una terapia. Y coincidió con una imagen que despertó de forma potente el ansia de intriga: una visita a la Ermita de San Antonio de la Florida, donde Goya está enterrado sin cráneo, víctima de la frenología. Había además dos imágenes de Goya que me conectaron con el momento presente: La pradera de San Isidro vista al principio de Goya con su colorido, sombrillas, el afrancesamiento, el deseo, el amor… y la misma pradera, las mismas Fiestas de San Isidro treinta y cinco años más tarde, pero con personajes oscuros, borrachos, desarrapados… En ese tiempo había ocurrido de todo: desde el ansia de la Ilustración a los desastres de la guerra. Quise acometer el desafío de trasladar el arte a la novela negra.


«En toda novela desestructuras la realidad, la desmontas»
Veo una crítica bastante evidente a entidades con cierta envergadura, como puede ser el BBVA o incluso el propio cuerpo nacional de policía, de estructura rígida.
En el Cuerpo Nacional de Policía, que es al que pertenece María y al que ha sido fiel siempre, es donde está el enemigo, quien la quiere expulsar. Cuando creé a su jefe superior le di un pasado oscuro que ella conoce y por eso se la margina. Después de cerrar mi anterior novela, nombraron en Santander a un nuevo Jefe superior de la policía que había sido indultado por Aznar y que había sido condenado previamente por torturas. Te das cuenta de que a veces la literatura va por delante y las cosas encajan. Como en toda novela negra, o novela en general, desestructuras la realidad, la desmontas, porque todo siempre tiene su lado oscuro. La novela trata de una inmersión para excavar en la oscuridad, en la realidad, en lo que no queremos pero tenemos que exhibir.
También dedicas parte de la trama al choque entre dos periodismos, el de la antigua escuela representado por Luna y el de la generación online, al que da voz el personaje de Nora y que parece llamado a rescatar la profesión que parece pasar por horas bajas.
Son épocas complicadas, por lo económico. Luna lleva años quejándose de que el viejo periodismo ha muerto. Los viejos periodistas se ven desplazados, no saben bucear en la nueva realidad digital y ven como se ha precarizado todo, se les ha expulsado del sistema. Pero tengo mucha fe en el periodismo y por eso creo que no ha muerto sino que se reinventa. Son los debates que hay en el periodismo en la actualidad. Pero hay esperanza, claro.
¿Estamos abocados al periodismo del clickbait, de buscar al lector sin que importe el contenido de la noticia?
No. Ese también sobrevivirá, como siempre hubo un periodismo frívolo, pero el auténtico tiene que estar.
El sueño de la razón es un buen título. ¿se puso a sugerencia tuya?
Sí, lo considero muy goyesco —El sueño de la razón produce monstruos— pero a la vez muy sugerente. El sentido obvio es que si duerme la razón sucede un desastre, pero también está el sentido onírico de que soñamos con la razón. Es un homenaje a Goya, que me conectó con ese estado de ánimo. He sido muy aficionada a Picasso, a Dalí, pero Goya ha anulado todo lo demás.
¿Tendría cabida hoy en día un artista como el Goya de la época oscura?
No tuvo cabida ni en su época. Las pinturas negras las pintó en su casa, en la Quinta del Sol. Desayunaba viendo Las Parcas, la muerte, Saturno devorando a su hijo… Se fue al exilio a Burdeos y cuando cincuenta años después un varón extranjero descubre sus pinturas, las traslada a lienzos y las intenta vender, no lo logra y gracias a eso terminaron en El Prado. Goya tardó décadas en ser considerado un genio. Es el padre de la modernidad. Se ven en sus trabajos los inicios de corrientes posteriores como el surrealismo. Sigue vigente pero no lo sabemos reconocer todavía.
«Creía que habíamos aprobado la asignatura de la irreverencia, pero estamos regresando a la inquisición»
En relación a esa vigencia, mencionas en varias ocasiones una frase similar a «Eso pasó en… pero sigue pasando hoy». ¿Qué deberíamos
Goya reflejó también los aspectos miserables de su sociedad. Ahora estamos en las mismas, recuperando oscuridad en un país que ya debería haber superado algunas cosas. Yo creía que habíamos aprobado la asignatura de la irreverencia. Lo que pudieron hacer generaciones como las de Almodovar hoy ya no se puede hacer porque viene alguien y te denuncia. Es una locura, un regreso a la inquisición, a la censura. En una democracia, dentro del respeto tienen que tener cabidas las libertades de expresión. Hemos vuelto atrás, muy atrás.
- Título: El sueño de la razón
- Autor: Berna González Harbour
- Editorial: Destino. (Podéis encontrar más información sobre el libro aquí)
- 96 páginas. 10,00 Euros (formato papel).