Cuentos carnívoros. Un título atractivo para un libro desconocido. Hay un placer secreto en coger un libro del que no sabes nada. Nada en absoluto. Estamos tan inmersos en la necesidad de documentarnos —usado el verbo de forma muy irónica, porque ahondamos en la información menos que nunca y nos limitamos a picotear el grano que ha esparcido el viento, ignorando el gran montón que descansa en el granero— que escogemos este u otro libro en función de lo que ha dicho tal o cual persona o lo acertado o exitoso de una campaña de marketing que a veces nos miente con descaro (y, aún así volvemos a ella con la esperanza de que la editorial no sea un remanso de ponzoña).
Cuentos carnívoros me llegó de casualidad, rebuscando en las baldas de una librería de segunda mano. Es fácil encontrar libros de editoriales que aspiran al best seller de ventas astronómicas, de tiradas enormes que acaban sus días convertidos en pasta de papel (dediquemos un momento a esos árboles talados para nada). Pero encontrar libros de ciertas editoriales es casi misión imposible. Imaginad la alegría cuando te topas con un Impedimenta, algún Anagrama en buen estado (por razones que desconozco, los Anagramas suelen estar más machacados) o, como es el caso, un libro de Acantilado. Lo coges sin pensar en nada más.
Cuentos carnívoros: un estilo clásico para un autor moderno.
El primer relato de Cuentos Carnívoros —porque se trata de una colección de catorce historias aunque algunas a su vez se dividan en otras más pequeñas— coge al lector por sorpresa. Sanguina es una historia que golpea con tanta fuerza, que mezcla erotismo y terror con tanto acierto que, solo por esta breve historia, se puede dar por bueno el libro. Pero la sorpresa no viene de la mano de la calidad del relato, que es indudable, sino del aura que emana, que es equiparable a la de los autores del siglo XIX o principios del XX que han sobrevivido hasta nuestros días. ¿Estamos ante un autor clásico?
No. La estupefacción viene dada porque Bernard Quiriny, autor que me era desconocido y del que, muy a mi pesar, no se ha traducido nada más al castellano, es joven. Y belga, aunque eso no tenga mucha relevancia —para él tal vez sí—. Bernard Quiriny (1978) escribe como alguien que ha leído mucho, muchísimo, y bien. Escribe como alguien que se ha empapado de autores clásicos y ha conseguido, a su manera, mimetizar e integrar algunos rasgos de sus estilos en el propio. Hay líneas, ideas, que podría haber escrito Borges. O Cortázar, o Monterroso.

Historias recubiertas de elementos fantásticos.
Sanguina es un prólogo que insinúa lo que vendrá después. Las historias de Quiriny están escritas como si, una vez terminadas, las sumergiera en una marmita de elementos fantásticos, mágicos o irreales, de asuntos escabrosos o directamente terroríficos. Aunque en unas historias se verá con más fuerza que en otras —pienso, por ejemplo, en El cuaderno, un relato que carece de este aspecto fantástico pero que en cambio está dominado por un humor mordaz—, en todas hay algo que inquieta y que, según se avanza en el texto, es más esperado por el lector. Es el momento de reflexionar sobre qué puede significar eso: que el lector desee lo estrambótico, lo obsceno, lo grotesco, y lo reciba con una sonrisa satisfecha.
Algunos relatos, como Crónicas musicales de Europa y otros lugares y Recuerdos de un asesino a sueldo (historia que, por cierto, tiene un notable parecido en el planteamiento con esta) son agrupaciones de pequeños microrrelatos de temática similar, como también sucede con esta serie de historias sin mucho sentido pero con un gran ejercicio de descripción que es Extraordinario Pierre Gould.
Escritores que escriben sobre escribir
La creación literaria también hace aparición en muchas de las historias de Cuentos Carnívoros: a la manera de las mil y una noches, Quiriny gusta de introducir unas historias en otras, de mezclar la más clara tradición oral con lo que esto apareja a la hora de trasladarla al papel con diferentes formatos escritos: memorias, cuadernos, cartas… Sus textos hablan de muchos temas. Pero, por alguna razón, la impresión es que hablan de literatura, de libros y de escribirlos.
Hay historias, como Quidproquopolis que juegan con el idioma, lo retuercen y hablan de la pluralidad, de la relación entre palabra escrita y asimilación mental de ese mismo término. Otras, como Unos cuantos escritores, todos muertos juntan visiones del arte escrito.
Cuentos carnívoros es un libro de relatos que sabe a poco, que deja con ganas de más, mucho más. Es una obra que anima a pedir que se traduzcan otras antologías de cuentos del autor. O, quien sabe, tal vez alguna se anime con una novela.
A veces escoger los libros al tuntún ofrece este tipo de sorpresas, tan perturbadoras como agradables.