Hace unas semanas me di el lujo de hacer algo que no creo que sea muy honesto y que no aconsejo: recomendar con ahínco un libro que no había leído. Lo hice con cierto conocimiento de causa, eso sí: no me llegaban más que buenas palabras hacia Casas Vacías, la novela de Brenda Navarro que ha editado Sexto Piso. El distribuidor se deshacía en elogios. Puede ser que penséis que claro, que cómo el comercial no nos va a vender a lo loco sus libros. Pues no: a veces tenemos la suerte de toparnos con gente honesta que te vende todo pero que sabe que algunos de sus productos son mejores que otros y por eso los defiende con mayor ahínco.
Aquí una lección de marketing gratuita: si el producto es bueno (o el libro, que es a la fin un producto también), se vende solo. Si tiene un buen prescriptor.
No se equivocaba ni el distribuidor ni el resto de personas que me lo aconsejaron: Casas vacías es una delicia que deja un potente sabor agridulce en el paladar.
Casas vacías y la riqueza léxica y lingüística
En primer lugar, tenemos que desplazarnos a México, tierra natal de Brenda Navarro (México, 1982). La autora golpea con fuerza. Tenemos que desplazarnos porque Navarro habla su lengua que no es —exactamente— la nuestra. Como lector tardaremos un par de páginas en acostumbrarnos a esas expresiones y términos que nos chocan al oído (o a la vista). Pero será sólo una sesión de calentamiento porque la universalidad de su ópera prima barre a un lado las diferencias.
En todo caso resulta, por el contrario a lo que podría esperarse, un recuerdo de la riqueza de una lengua que tiene miles de vocablos y de usos diferentes repartidos por el mundo.Frente a cierta obcecación editorial por «unificar» el castellano —pecando a veces de simplificarlo hasta la saciedad– la lengua de Navarro es una delicia. Y lo es por partida doble: no se limita a usar un estilo sino que lo multiplica por dos al poner voz a dos mujeres muy diferentes.

La forzada maternidad.
Puestos en contexto: Casas vacías es el relato de dos mujeres. De dos mujeres de un mismo hijo. Una de ellas se enfrenta al vacío de que secuestren a su hijo de tres años en un momento de despiste mientras miraba el móvil en un parque. La otra, la secuestradora, busca cumplir así con su obsesión por ser madre.
Visto desde la sinopsis parece la historia de la buena y la mala, la sufridora y la que hace sufrir, la víctima y la culpable. Pero Navarro escapa de estos convencionalismos: su narrativa va más allá del argumento superficial de la novela para adentrarnos en un análisis más profundo de la mujer limitada en la sociedad a una maternidad que no cumplirá con sus expectativas, que no es la cura de todo, que no le ofrece, como cabía esperar en un mundo que a veces la tiene por ubre de futuras generaciones, la iluminación ni un sentimiento de plenitud.
Dos mujeres con dos voces que son —en especial la de la secuestradora— una delicia por distintas, por reconocibles de dos clases sociales diferentes. La madre que nunca quiso serlo, que no termina de encontrarse cómoda en ese papel, reflexiona de forma continua sobre sus demonios. La culpabilidad por esa maternidad no deseada se une a la culpabilidad de la pérdida. Los desaparecidos son cabos no atados que rompen la mente porque siempre están ahí. No hay cierre a su situación y, por tanto, no hay descanso. A su hijo Daniel se junta otra maternidad no deseada, la de su sobrina Nagore que su marido acoge en custodia cuando su padre mata a su madre. La madre se encuentra de repente no con un hijo, sino con dos. Un nuevo fracaso.
La desesperación económica.
Mucho más rica que la situación de la madre, que está al final en suspenso y su situación no cambia en toda la novela más allá de atravesar emoción tras emoción, rasgando la cortina para encontrar otra capa de dolor, es la de la secuestradora.
Funciona por contraste que siempre quiso ser madre, que ese vacío que trata de cubrir con el único hombre no echado a perder completamente en su entorno: un borracho, violento que lo último que desea es atarse. Como última opción desesperada recurre al secuestro buscando en el hijo la solución a una vida desesperada. Esta parte resulta mucho más enriquecedora desde un punto narrativo porque su situación evoluciona sin que se vea una luz al final del túnel.
En Casas Vacías hay una violencia explícita e implícita que se desangra de cada párrafo de Navarro. Hay una crítica social manifiesta, una muerte en vida de dos mujeres que no encuentran su patrón de ser. Hay maternidad atípicas que hacen de las mujeres víctimas por partida doble. Es una opera prima que merece ser leída con atención porque no puede dejar indiferente a nadie.
- Título: Casas vacías
- Autor: Brenda Navarro
- Editorial: Sexto Piso (más información del libro aquí)
- 164 páginas.16,90 Euros (formato papel)