Brillo, el caos de la novela generacional

Es Brillo una novela que —intuyo— va a funcionar bien. Tiene muchos de los elementos que unifican el catálogo de ficción de la editorial Blackie Books. Editorial que, por otro lado, no da puntada sin hilo y perdónenme la frase hecha.

Opera prima de la jovencísima autora Raven Leilani, Brillo desprende rabia y confusión y nervio a cada página. No se me escapa que lo de jovencísima lo digo yo, que no lo soy tanto. Tal vez ahí el problema: no consigo conectar con una obra tan eminentemente generacional. Me he hecho mayor.

raven Leilani
Raven Leilani (C) Autora

Brillo nos cuenta la historia de Eddie, una joven afroamericana de veintitrés años cuya vida, por decirlo de forma suave, está sumergida en un caos perpetuo. Tiene un trabajo como editora que no le interesa demasiado y que cree haber conseguido por discriminación positiva, donde pasa buena cantidad de tiempo evitando a su jefa y a los compañeros con los que ha mantenido relaciones sexuales. Vive en un apartamento que no podría pagar sin su compañera de piso a pesar de que las condiciones del mismo son insalubres. Por si fuera poco, mantiene una relación con Eric, un hombre blanco de cuarenta y un años, casado y con una hija afroamericana adoptada.

Nótese que la vida de Eddie es un batiburrillo de críticas a la sociedad actual, sin que Leilani, con o sin razón, deje títere con cabeza —de nuevo, una frase hecha—. Hay una fuerte crítica a la discriminación de raza y género, a los sueldos precarios y a los problemas de vivienda que en Estados Unidos se ven agravados por la ausencia de sanidad pública y por el endeudamiento de los licenciados universitarios que pasan décadas pagando los créditos que necesitaron para poder conseguir un título.

Brillo tiene, por tanto, esos elementos necesarios para que una generación se sienta terriblemente identificada con lo que narra su autora. Pero el efecto se pierde en el propio caos mental de la protagonista, que no parece saber discernir entre dejarse llevar y tomar cierta conciencia activa sobre sus actos.

La crítica es tan obscena y abarca tanto que, aunque tenga razón sobre la precariedad de los jóvenes adultos actuales, resulta tal vez un tanto burda.

Más interesante resulta el triángulo familiar orquestado entre Eddie, Eric y la mujer de él, Rebecca. Una relación que, lejos de ser bilateral, obedece a una búsqueda de un referente adulto por parte de Eddie transformada en un acto de sumisión ante aquello que considera un objetivo, «ser adulta». ¿Qué es ser adulto, qué exigencias conlleva? Eric por su parte parece sumergirse en la relación como válvula de escape superpuesta a su perfecta vida de hombre blanco, una ruptura necesaria con esa sociedad de la falsedad impuesta de cara a lo demás, de éxito y prosperidad.

Entre tumbos y textos que son los pensamientos de Eddie y que aceleran o ralentizan la marcha de la novela de forma un tanto descuidada, existe de fondo una cuestión también destacada: la expresión a través del arte, la búsqueda incesante de la prueba de que lo que creamos, aquello a lo que damos forma —en el caso de Eddie, a través de la pintura– es un reflejo de lo que queremos contar, a la manera en que, con una metáfora más interesante, lo exponía Kafka.

Brillo me ha reencontrado con la voz que, siendo la de Leilani más proactiva y un poco más antisistema, Blackie nos ofreció años hace con Ben Brooks y sus obras Crezco, Lolito y Hurra. No han pasado tantos años —siete desde que leí la primera de sus obras— y sin embargo siento que la conexión que encontré entonces ahora ya no está. Igual que siento que esta novela con su rabia y su energía intrínseca va a encontrar una horda de lectores agradecidos. Es esa la gran ventaja de la literatura en los tiempos que corren: hay voces suficientes para satisfacer a oídos necesitados. Y está muy bien que sea así.

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  • Título: Brillo
  • Autor: Raven Leilani, traducción de Laura Ibáñez
  • Editorial: Blackie Books (más información del libro aquí )
  • 240 páginas. 21,00 Euros (formato papel).

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