Creo que en 2015 David Foster Wallace va a ser una constante en mis reseñas. Si hace más bien poco comentaba que había decidido comenzar la casa por el tejado y leer Esto es agua, la transcripción de la conferencia que impartió en la Universidad de Kenyon en 2005, ahora continúo en sentido inverso y me adentro en sus ensayos, hoy con Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer y muy pronto con Hablemos de langostas, del que ya he leído la mitad, más o menos. Es de esperar que acabe con alguna de sus novelas o relatos, que son los que le dieron la fama en un principio.
Detrás de una obra con un título tan sugerente y a la vez tan incómodo de manejar, tanto por la extensión del mismo como por ese adverbio que no termina de convencerme –aunque fiel al título original del libro en inglés que recopilaba varios ensayos, incluyendo el que voy a comentar, éste tenía por título original Shipping out cuando se publicó por primera vez en la revista Harper’s en 1996–, se esconde un ensayo escrito por encargo en el que narra, con todos los detalles inimaginables, su experiencia a bordo de un crucero 7NC (siete noches por el Caribe) con todos los gastos pagados.
En otras palabras, Cruceros Celebrity presenta la crónica que hizo Conroy de su Crucero 7NC como si fuera un ensayo en lugar de un anuncio. Eso está muy mal. Y voy a explicar por qué está tan mal. No importa que les haga honor o no, se supone que la obligación fundamental de un ensayo tiene que ser para con el lector. El lector, aunque sea en un plano inconsciente, así lo cree y por eso suele abordar un ensayo con un nivel relativamente alto de franqueza y credulidad. Pero un anuncio es algo muy distinto.
Cuando uno comienza a leer a David Foster Wallace y se informa antes un poco sobre qué libros pueden resultar más recomendables para empezar, uno de los temas que surgen sin parar es el de las notas al pie. En efecto, Wallace es un completo maníaco obsesivo compulsivo de las notas al pie. Es posible encontrar incluso notas al pie de notas al pie de notas al pie, hasta llegar a un punto en que ocupan más del noventa por ciento de la página. Lo curioso es que, en su gran mayoría, son un recurso innecesario: es posible obviarlas sin perder ninguna información útil para comprender la historia. En ocasiones se limitan a explicar algún dato de forma más exhaustiva; son también muchos los casos en que, a modo de microrrelato, introducen alguna anécdota no relacionada de forma directa con la historia. Algunas resultan entretenidas por sí mismas, al margen de su origen y otras son más bien superficiales. En general su lectura no es obligatoria, pero muchas contienen pequeñas ideas muy interesantes.
David Foster Wallace analiza, desde las motas de polvo de las alfombras hasta la enorme envergadura del barco, lo que debería ser una experiencia placentera: siete días en un barco de lujo, con un servicio que cuida de cualquier mínimo detalle –resultan delirantes tanto su descripción del sistema de recogida de las toallas de las hamacas como su infructuosa estrategia de espionaje para lograr capturar en acción a la mujer encargada de la limpieza de su camarote–, situación que aprovecha para estudiar la naturaleza humana, su ansia por demandar cada vez más sin ningún límite y su propia semi agorafobia y boviscopofobia (miedo a parecer un turista bovino).
Leer Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer resulta una delicia, guiados por la prosa rápida y ágil, encubierta del disfraz de lo fácil y plagada de símiles originales con los que Wallace consigue imágenes muy vívidas y descriptivas (velocidad anfetamínica, entorno uterino, comparar la variedad étnica de la tripulación con un anuncio de Benetton…).
Como punto en contra, el ensayo de Wallace puede llegar a resultar en ocasiones cargante y pesado: esa supuesta agilidad en la narración esconde una prosa muy cuidada que acaba desgastando al lector. A pesar de su ironía y los momentos en que provoca la carcajada, en sus textos predominan las frases largas, muy estructuradas y en ocasiones complejas. Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer es tal vez una obra excesivamente larga en la que se podrían haber omitido algunas pequeñas anécdotas en favor de los conceptos generales más relevantes, algo que se sustenta en la aceleración que experimenta el ensayo hacia al final, resumiendo en apenas un par de hojas los dos últimos días y el desembarco, mientras que el inicio del viaje le había llevado al menos una treintena.
David Foster Wallace es capaz de coger cualquier tópico del entretenimiento americano y destriparlo y volverlo absurdo desde sus raíces, pero sin olvidar en ningún momento que él también sufre de esos mismos síndromes y males e incluirse en aquello que pretende criticar. Partiendo de un tema casual y de poca importancia, el autor hace un despliegue de reflexiones muy interesantes con un tono ácido e incluso insultante para el estadounidense medio. Es en resumen un ensayo muy divertido que incluye algunas reflexiones dignas de tomarse en consideración. Y por supuesto provoca en el lector un rechazo inmediato a viajar en un crucero.
He oído a americanos adultos y boyantes preguntar en el mostrador de Atención al Cliente si hay que mojarse para bucear, si el tiro al plato tiene lugar al aire libre, si la tripulación duerme a bordo y a qué hora es el Buffet de Medianoche.
- Título: Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer.
- Autor: David Foster Wallace (Traducción de Javier Calvo).
- Editorial: DeBolsillo (más información del libro en la página de la editorial)
- 20,00 / 9,95 / 4,99 Euros (Papel / Edición de bolsillo / Ebook)
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5 comentarios en “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”
Me estás picando, y al final voy a caer…
Como he comentado, es un autor con un estilo muy especial y puede llegar a ser cargante y agotador, pero aún así me ha gustado mucho, tal vez porque comparto su visión irónica y con una pizca de «mala leche». Pero supongo que habrá quien le considere insoportable y también me parece comprensible. Es cuestión de probar.
Hola. El lector es un concepto. En esencia, no existe. En cambio los adverbios sí que existen y su sentido es incuestionable, diga lo que diga Sthepen King, que es un peliculero.
Consecuentemente, un anuncio es lo que tu quieras que sea. Se diferencia del ensayo por su brevedad.
Yo presupongo que el lector existe siempre, porque sino de qué voy a estar publicando dos veces a la semana :D.
El adverbio está ahí y está bien puesto, es sólo que a mi el título me parece exageradamente (véase aquí otro adverbio) largo y el título original era bastante más directo y relacionado con el contenido. Es una cuestión subjetiva.
En cuanto al tema del ensayo y su diferencia con el anuncio, Wallace da una visión bastante más larga que la que he reproducido aquí. A modo muy sucinto, de lo que habla es de un anuncio que se presenta en un folleto del crucero como si de un ensayo se tratara, lo que le parece un engaño, porque el objetivo del anuncio es obtener el beneficio del anunciante, mientras que el del ensayo es dar un supuesto beneficio al lector.
Ostras, no me acordaba de mi comentario. Qué miedo tu respuesta, chica, qué argumentos tan sólidos. Lo que pasa es que me estás hablando como escritora comercial, y ahí la teoría está muy bien, pero yo creo que tú como escritora eres mucho más.