Podría ser un arquero de pulso firme acertando en el amarillo centro de la diana tras incontables segundos, tal vez incluso minutos, en un ejercicio de concentración, aislado de distracciones y ruidos. O bien un pistolero participando en la disciplina de tiro rápido, que frente al anterior pierda en precisión lo que gane en velocidad. Pero no. Se trata, ni más ni menos, de Alfredo Gómez Galán, estudiante universitario de veintitrés años, quien en rueda de prensa otorgada esta mañana por el Ministro de Educación, Cultura y Deporte, con motivo de los recién anunciados recortes en el presupuesto anual, ha acertado a estampar en plena cara del susodicho un huevo fresco con increíble tino y velocidad.
Asensio Navazo, asistente, consejero y chico para todo del ministro, ha sido testigo de primera línea del hecho; tan de primera línea que la yema le ha salpicado la corbata al impactar contra las gafas negras de pasta del ministro. Como el resto de los presentes, no puede salir de su asombro. ¡Ha lanzado el huevo desde al menos veinticinco metros! ¿Y entonces de qué sirve el séquito de gorilas trajeados expertos en el cuerpo a cuerpo?. Todos los asistentes a la rueda se han convertido por un momento en estatuas de piedra, hasta que una señal imperceptible ha dado el pistoletazo de salida: personal de seguridad lanzándose cual jugadores de rugby sobre el desdichado estudiante, fotógrafos buscando la instantánea más jugosa, periodistas intentando recoger las primerísimas impresiones del ministro… Y Asensio, por fin, reaccionando como su cargo le exige y sin ningún miramiento, coge al ministro por el brazo izquierdo y le arrastra con rapidez fuera de la sala hacia los servicios más cercanos, al tiempo que organiza a gritos una muralla humana entre ellos y la prensa.
En el baño se quita la corbata con rapidez, preocupado porque la mancha se extienda, y le indica al ministro que haga lo propio con la suya. También la chaqueta y la camisa, antes de que el estropicio vaya a mayores. La yema del huevo cae como una masa densa y pastosa y su huella se extiende por el tejido sin que el ministro llegue a moverse, ni tan siquiera a balbucear palabra, tal es el estado de shock en que se halla. Mientras, Asensio se afana en quitar la mancha de la corbata, primero con agua, luego recurriendo al dispensador de jabón, y lo más que logra es esparcir en el ambiente un dulce olor a frutos rojos mezclado con desinfectante industrial. Frota con la experiencia que dan una licenciatura en económicas, un MBA, estancias prolongadas en Bruselas, Londres y Singapur, y un interminable currículo que han hecho de él un perfecto ayudante de cámara. Pero nada, la mancha no sale. Es más, parece emperrada en permanecer, mudo testigo de un bochornoso momento que copará en pocos minutos cada telediario, cada tertulia radiofónica, cada cotilleo en internet.
Se gira momentáneamente para mirar al ministro, que ha comenzado a balbucear incoherencia tras incoherencia, con la chaqueta, la camisa y la corbata aún puestas. Esa corbata en cuya elección habían desperdiciado casi una hora por la mañana (el rojo es muy agresivo, el tejido brillante provoca reflejos incontrolados de los flashes de las cámaras, el amarillo no le sienta bien a la cara, los dibujos le restan dignidad al mensaje…). La yema del huevo se ha extendido ya por la parte inferior de la cara y ha comenzado a secarse, formando una máscara de feria que entorpece sus palabras. Ofrece en conjunto una imagen patética, mirando a su alrededor con un brillo miedoso en los ojos como si huevos frescos fueran a surgir de cada rincón, buscando a alguien que le diga cómo tiene que actuar, agitando las manos en gestos sin sentido.
Los balbuceos inconsistentes se ven interrumpidos por móviles que empiezan a sonar: el de trabajo de Asensio, el del ministro y los personales, un barullo de soniquetes ahoga el rugido de la masa en el exterior del edificio que llega a través de la pequeña ventana del aseo. Asensio tiene que darse por vencido. Espera que la tintorería tenga éxito allí donde él ha fracasado. Mete la mano en el bolsillo interior de la chaqueta del ministro y coge con presura su móvil. Con un mil veces ensayado “Oficina de su Excelencia el Ministro de Educación, Cultura y Deporte. Le atiende su asistente primero Asensio Navazo. ¿En qué puedo ayudarle?”, se enfrenta a la primera de la cola de llamadas que le auguran un largo día y una noche más larga aún.
1 comentario en “La mancha que deja un huevo”
Excelente! Casi he podido sentir el huevo y apenarme por el desasosiego y desesperación del «chico para todo del ministro» 🙂