Apuntalado sobre la balda rellena con lentitud las casillas del formulario. Letra a letra completa las palabras con la mano temblorosa de quien apenas ha escrito nada más allá de su firma en cincuenta años. De tanto en tanto vuelve la mirada para asegurarse de que el paquete sigue ahí. Le ofrece por fin el impreso al funcionario que lo recoge y lo pega sobre el papel kraft sin siquiera mirarlo. Después de pagar con calderilla escarbada de sus bolsillos como un tesoro, se sienta frente al mostrador arrebujado en su gabardina y espera a que aparezca otra persona que coge el paquete, lo lanza en el fondo de un carrito de tela amarilla y desaparece con él por la puerta de la derecha.
El hombre abandona entonces la oficina, cruza la calle y se sienta en un banco. Una mancha roja comienza a florecer en el centro de su pecho y extiende sus alas por los hilos del tejido. Él sonríe dominado por el entumecimiento y el sueño antes de dejar caer la cabeza sobre el pecho. Pronto ella recibirá su más preciosa posesión.