Boomerang (VI)

Capítulo 6.- Las escaleras

No sé, no sé… ¿Y si no la han sacado todavía del ascensor? Esa pobre chica… tenía la misma voz que mi hija Susana. ¡Y cómo voy a dejar a mi hija sola en un ascensor, si tiene miedo hasta de cerrar la puerta de su habitación!

—¿Ves? Lo que yo te decía, Antón, que no se te puede encargar nada. Ya se han quemado las alubias. ¿Y ahora qué hago? ¿Eh? Nada, pues preparar una ensalada deprisa, corriendo y mal. Con lo que le gustan a Susana las alubias, que lleva tres días llamándome para recordarme que las prepare. Si es que tienes la cabeza llena de pájaros y te dejas liar por cualquiera.

—¿Y qué querías que hiciera, Elena? ¿Dejar a la chica ahí sola? No podía llamar a nadie, ya sabes que el trasto ese no funciona en el ascensor. Y encima, sin luz.

—Porque el administrador es un vago y un inútil. Ya te lo dije el día de la junta: a ese no le votes, que como sea igual de pánfilo que su tío nos la lía al menor problema. Pero tú venga a decir que no, que tiene cara de buen chaval. Antón, Antón, si es que de tan bueno eres tonto.

¿Pero cuándo he dicho yo eso? Si se veía a la legua que el chico no tenía ni idea ni de administrar, ni de cambiar una bombilla. Pues no hemos pagado este año poco en electricistas a cuenta de reoriénteme el foco, ese cable está pelado o no sé por qué se atasca el interruptor.

—¿Pero no me dijiste que era su primo?

—Su primo, su tío, su sobrino… ¡Qué más dará! Anda, Antón, quítate de una vez los zapatos y vete a ver la tele al salón, que menuda me has liado en la cocina. A ver cómo arreglo yo ahora esto.

—Si quieres, te ayudo a limpiar.

—¿Tú? ¿Limpiando la cocina? No me hagas reír, que bastante tengo ya. ¿Pero cuándo has limpiado tú la cocina, o has fregado un solo cacharro?

—¡Pues claro que he limpiado cosas! A ver quién te piensas que fregaba las letrinas en la mili. Y sin ir más lejos, ¿quién limpió el domingo pasado el coche?

—Pues yo, Antón, quién lo va a limpiar. Tú todo lo que hiciste fue ponerte perdido de agua de los pies a la cabeza. Como siempre. Menos mal que una está en todo y te llevé ropa para cambiarte, que si no… Venga, va, no te enfades ni te pongas cascarrabias. Hay que ver cómo se te ha agriado el carácter con los años, con lo encantador que eras de joven. Hala, no molestes más y vete a descansar al sofá. Voy a llamar a Susana para decirle que el ascensor está estropeado, no vaya a venir como siempre con uno de esos bolsos que parece que se fuera de vacaciones una semana.

¿Será posible? Me trata como si fuera un trasto. ¡Como si yo no hubiera hecho nada en la vida! ¿Y ella? ¿Qué es lo que ha hecho? Si no fuera por mí, seguiría en ese pueblo perdido, sembrando la era y matando pollos con las manos. En qué hora me encontré con esta víbora. ¡Y cómo me engañó! Tan agradable y tan dulce, siempre tan atenta. Tenía que haber hecho caso a mi madre, no le gustó ni un pelo. Pues me da igual lo que diga, voy a bajar a ver cómo está esa chica. La última vez que le pregunté, no me dijo nada. A ver si se ha desmayado. Quita, seguro que se ha quedado dormida, ahí encerrada y a oscuras, sería lo más normal. Pero de todas formas, voy a bajar.

—Pero, Antón, ¿Qué haces, que no te has quitado los zapatos todavía?

—Voy a bajar al quinto, a ver si la chica está bien.

—Deja que se encarguen los que saben, no te metas. ¿No has dicho que estaban de camino? Seguro que ya la han sacado y está bien. Te emperras en hacerte cargo de todo, hasta de lo que no te toca.

—¿Y a ti que más te da? ¿No tenías que limpiar, o que preparar una ensalada, o que llamar a Susana? ¡Qué te importa si estoy en la sala viendo la tele o dando un paseo por ahí! ¿No te vale con que esté aquí para cuando llegue nuestra hija?

—Bueno, bueno, hijo, ¡cómo te pones por nada! Pues baja o haz lo que quieras, para lo que me estás ayudando.

Siempre igual, siempre tiene que decir la última palabra. Yo digo blanco, ella negro, yo quiero subir, ella bajar. No hay forma de ponernos de acuerdo. Lástima de alubias, con lo bien que le quedan. ¿Y este pobre?

—Perdone, ¿está usted bien?

Parece a punto de darle un ataque al corazón, hay que ver cómo suda.

—Sí, sí, muchas gracias. ¿Sabe si falta mucho para RTT?

—¿Para qué?

—Para la empresa de recursos humanos.

—¡Ah! ¿Las oficinas? Están en la planta doce, y estamos en la siete. Todavía le quedan cinco pisos. Pero tómeselo con calma, que está usted sudando como un pollo. ¿Seguro que se encuentra bien? Mire, yo vivo en el octavo, si quiere subo con usted y se refresca un poco, o bebe un vaso de agua.

—No, no, tranquilo, estoy bien. Un poco cansado, llego tarde a una entrevista. Pero estoy bien, de verdad.

—Bien, bien, como quiera. Buena suerte, entonces.

Pues como no le cojan para socorrista de una piscina… hay que ver cómo sudaba el chico, le ha cambiado de color hasta la camisa. Si es que estos jóvenes no tienen aguante. Diez pisos de escaleras y se vienen abajo. Tanto trasto electrónico y tanto estar sentados todo el día y tanto coger el coche para ir a por el pan. Y luego tienen que dar un pequeño paseo y ya están cansados. En mis tiempos no había esas facilidades. Habría que ver cómo se las hubieran apañado para sobrevivir. Cada día son más y más blandos. Vaya, pues parece que por fin han llegado.

—¿Son los técnicos?

—Pues sí, ¿es usted el presidente?

—Soy Antón Iturriaga. Ya era hora de que aparecieran por aquí, ¿se han ido a desayunar o qué?

—Señor, no exagere, que tampoco hemos tardado tanto. ¿La chica está bien?

—Espero que sí, hace un rato que no la oigo.

¡Mírale qué pintas tiene! Y ese pelo, que parece que no se lo ha lavado en un año, ¡qué greñas! Antes, además de trabajar bien, también había que tener buena imagen. Ahora les da todo lo mismo.

—¡Oiga! ¿Hay alguien ahí?

—¡Hola! Soy Manolo, el técnico. No se preocupe, que en un periquete la sacamos de ahí. ¿Se encuentra bien?

—¡De puta madre! Justo esta mañana he pensado: hoy me apetece pasarme el día en el ascensor.

¡Qué lenguaje! Mi Susana sí que está bien educada, no como esta chica. Bueno, mejor se lo perdono. Tendrá ansiedad de estar metida ahí dentro.

—Bueno, bueno, no se mosquee, ¿eh? Que llevamos una jornada desastrosa.

—Y peor se va a poner cuando me saquen de aquí y descubramos que había pis de perro.

A mí me suena que aquí había un cuadro…

—¿Perdone? Oiga, señor, saque la cabeza de una vez del cuadro eléctrico, que nosotros solos nos bastamos.

—Pues si tanto saben, no sé qué pintan hablando a través de una puerta de metal. Sólo con que desatornille está tapa, podrá activar la apertura manual de la puerta, y hablar con la chica.

—¡Pero si no me ha dado ni tiempo! Además, lo primero es asegurarnos de que está bien, antes de sacarla de ahí. Javi, entérate de dónde está la sala de máquinas del ascensor.

Nada, como si yo no estuviera aquí. Cada día me ignoran más.

—Pues dónde va a estar, ¿hombre? ¿Ni siquiera se han molestado en preguntarle al vigilante del aparcamiento o al portero? Ya veo que saben hacer su trabajo. La sala está en la planta veinticinco, bajo el ático.

—Joder…

—Javi, ya vale. ¿Y por casualidad no tendrá la llave, no?

—¡Pues claro que la tengo! Hay una copia en mi casa, en el octavo.

—Javi, coge la caja de herramientas y para arriba, y coge el walkie, por si tienes algún problema.

—¡Sí claro! ¿Y tú, de mientras, qué piensas hacer?

—Pues sacar a la chica del ascensor, ¡qué quieres que haga!

—¿Y si subes tú y yo rescato a la chica?

—Javi, ¡TIRA PARA ARRIBA!

¿Y con este inútil voy a dejar yo a la pobre mujer? Aunque con esos gritos de camionero, a lo mejor es él el que necesita ayuda. Además, que si no voy, van a tener que bajar otra vez al sótano y volver a subir, y esta masa de grasa no sé si va a reventar antes. Mejor subo. Elena se va a poner contenta, ya la estoy oyendo: si es que no sé por qué te metes, siempre igual, liando con cosas que no son tuyas. Pues me da lo mismo, yo estoy haciendo algo por ayudar y ella no.

—Bueno, señorita, voy a subir para ayudar a poner en marcha el ascensor, ¿de acuerdo? En seguida la saca el obrero de aquí.

—Vale, gracias por la compañía.

—¿Obrero? Oiga, señor, que soy técnico certificado en reparación de elevadores. Y a mucha honra.

—Sí, claro. ¿Javi ha dicho que se llama? Deme esa bolsa, deme, que tenemos mucho trecho por delante.

Episodios anteriores:

  1. La chica del ascensor
  2. El jubilado
  3. El técnico de ascensores
  4. El candidato
  5. La conexión
Fotografía: Dennis Crowley (flickr con licencia Creative Commons BY-2.0)

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