Un año más llega el fallo del Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral, que este año ha recaído en Rosario Villajos y su obra La educación física. Villajos venía de publicar en 2021 La muela, en la editorial Aristas Martínez, una historia llena de un humor negro donde brotaban la precariedad, la soledad y los abusos. Lo lograba a través de Rebeca, una mujer que se ha mudado a Londres huyendo de su familia tras la muerte de su padre y dejando en España a su madre, casi ciega, y a su hermana.
Con La educación física sigue indagando en los temas que le interesan. Estamos en los años noventa y Catalina, una adolescente de casi dieciséis años, llega tarde a casa, ha perdido el autobús y decide hacer autoestop, rezando porque no le pase nada y no la recoja nadie con malas intenciones. A pesar de todo, cree que es mejor arriesgarse a eso que enfrentarse a la autoridad de sus estrictos padres.
En esas horas en las que espera, que es básicamente lo que sucede en los dos primeros tercios de la narración, Catalina reflexiona sobre comportamientos aprehendidos en la mujer, sobre ese momento en el que una joven toma consciencia de que su cuerpo es ahora el enemigo, es un campo de batalla sobre el que no tiene control y que los demás usan a su antojo, sobre el que se hace y decide sin permitirle opinar al respecto.
Es una novela muy reflexiva en contraste con los premios de los últimos dos años que eran historias muy dinámicas, pero eso no hace de la historia algo pasivo; al contrario, es una historia en la que se forma una montaña a partir de granos de arena, llena de anécdotas que asumimos como normalidad cuando no debería ser así.
El jurado ha destacado de La educación física una voz narrativa que explora su propia identidad a través del cuerpo y que, al hacerlo, recoge el sentir de una generación y lo convierte en una experiencia a la vez única y universal.
Es una novela que creo que puede quitar la venda de los ojos de mucha gente y que, a pesar de estar ambientada en los años noventa no deja de ser terrible y tristemente actual. Con Rosario Villajos tuve opción de charlar durante unos minutos sobre su novela.

¿Qué te ha supuesto recibir el premio Biblioteca Breve?
No lo sé todavía. Yo estoy mucho más ilusionada con lo de publicar, es una especie de catarsis el poder hacerlo, no se puede imaginar, aunque no sea mi primera obra publicada.
Dentro de La educación física hay varios factores muy interesantes. Para empezar, tienes como protagonista a una joven que acaba de cumplir dieciséis años. El texto tiene una sólida coherencia narrativa, pero al mismo tiempo sorprende la madurez de las reflexiones que plantea.
Ella además va con mucho retraso. De pequeña estuvo muy enferma y no empezó a socializar con niños y niñas de su edad hasta muy tarde. Y esa sensación se refuerza con la presencia de una familia que no le deja hacer nada. De alguna manera no se ha despegado del cuerpo de su madre. No se ha explorado a sí misma, no sabe nada de su cuerpo salvo que lo odia… es muy niña para la edad que tiene.
¿No cree que odiar el cuerpo es parte del proceso de la adolescencia? En el caso de la mujer acervado por el odio que llega de fuera, aunque no es exclusivo del género femenino.
Esa era la idea. Yo creo un personaje muy exagerado, pero al final todas hemos pasado por esa crisis del cuerpo, de no querer tu cuerpo cuando está cambiando. A los chicos les pasa, pero que yo sepa no va a venir nadie a decir “déjame que te toque los testículos, a ver cómo están creciendo”. En cambio, cuando una niña se está desarrollando, la tía, la abuela, la mamá comentan “mira, le han crecido los pechos”. Es una situación desagradable. Para mí y para mujeres con las que he hablado fue un horror.
La narración tiene lugar en los años noventa. ¿Crees que ha habido mucho respecto al momento actual, cuando han pasado ya treinta años? Cuando un escritor opta, como has hecho, por desplazar la situación en el tiempo es siempre interesante, porque a veces solo tiene sentido en el pasado y otras se produce ese contraste, ese querer que veamos que hoy estamos igual.
Lo has clavado. Lo único que ha pasado es que se ha publicado este libro y le han dado un premio. Pero yo llevo hablando de estos temas muchos años y sin percibir ningún interés. Ahora está en el candelero porque se quieren aprobar una serie de leyes. Incluso me llamaron oportunista cuando llevaba más de dos años y medio trabajando esta historia y lo único que ha cambiado es eso, que ahora se habla del tema. Ahora se denuncia, esa es la diferencia.
Eso es cierto y no es un tema nuevo. Pero, desde el punto de vista de la literatura, ¿crees que hay más oportunidades de tratar estas cuestiones?
Sí. Busqué referencias en la literatura de los noventa para ver si se habían escrito obras sobre el tema y me topé con Inocencia Interrumpida. El libro no tuvo ninguna repercusión. La película sí porque aparecían Winona Ryder y Angelina Jolie, que recibió un premio por su interpretación. Pero realmente es floja en el sentido de que solo te cuenta cómo culpabilizan y recluyen a una por haberse liado con su profesor, a quien no le pasa absolutamente nada.
Una de las cuestiones interesantes que planteas son los entornos familiares donde una joven tenga más miedo a llegar tarde a casa que a que le pase algo por el camino. Otro factor muy destacable es no pasa gran cosa en casi todo el libro: hay una chica que hace autostop a lo largo de toda la narración y poco más, aunque en sus recuerdos y en sus reflexiones sí hay hechos. Eso te da pie a convertir el libro en un espacio de pensamiento más que de acción.
Sí, efectivamente, nos montábamos muchas películas, hacíamos muchas cosas sin que nuestros padres lo supieran y pensábamos que nos iban a matar. Qué poco conocíamos a nuestras familias como para pensar eso. Pero ocurría bastante. Me preocupaba en este punto ser muy exagerada y pregunté a algunas mujeres qué les daba más miedo, si cruzar un descampado o llegar tarde a casa. Todas decían que llegar tarde a casa porque eso significaba estar castigada sin salir al día y siguiente y, claro, no se puede enjaular a nadie y menos a esa edad.
Insistes también sobre la falta de seguridad en el entorno familiar cuando hoy se sabe que en ocasiones es el lugar menos seguro y donde ocurren terribles agresiones. Además, en el caso de la madre en La educación física hay una buena intención, pero una ejecución que deja mucho que desear.
Creo que los padres no son malos. Simplemente se han educado tan mal como ella y repiten los patrones aprendidos. Cada núcleo familiar que aparece en la novela tiene sus circunstancias. El padre de Silvia, por ejemplo, no sé qué circunstancias tiene y, la verdad, no me interesa. Sí que tenemos una estadística que indica que es más probable que te violen tu hermano, tu padre, tu tío, tu vecino, tu profesor, el cura de tu pueblo… a que lo haga un extraño. Ahí es donde yo quería centrarme. Catalina está haciendo autoestop, se está poniendo en peligro, pero en realidad el peligro ya lo ha pasado. Durante todo ese rato que espera le da tiempo a pensar en todo ello.
Tratas mucho también el tema de la violencia sexual verbal. No es ya lo que te pase, sino el cómo te lo expresan o lo dicen.
Es una cosa que se me ocurrió relativamente tarde y luego pensé que se parecía muchísimo a lo sucedido en una residencia de estudiantes. En mi tiempo sucedía mucho: pasaban unos chicos y te gritaban “puta” así porque sí. Sigue ocurriendo, así como si nada. Pienso, ¿por qué nosotras no nos ponemos de acuerdo para gritarles algo?
¿Crees que esa es la solución?
No, no creo que esa sea la solución, pero cuando digo por qué, quiero saber ¿por qué? ¿Acaso nosotras no somos capaces de hacer eso? ¿Por qué nosotras estamos enseñadas a callar y no defendernos y pensar que un hombre va a ser capaz de tumbarnos de un puñetazo, y no al contrario? ¿Por qué un hombre no tiene miedo? Ellos no tienen miedo, nunca tienen miedo. Nosotras sí y creo que es un miedo inculcado. Creo que, si estuviéramos educadas como ellos, no sentiríamos ese miedo y a ellos no se les ocurriría decir “puta”. Porque reaccionaríamos de otra forma.
A lo largo de la novela hay muchos modelos masculinos diferentes, en el sentido de sus comportamientos lo son. Desde el padre de su amiga que amiga que la culpa por un comportamiento que solo se debe a él a los dos hombres que la recogen en la carretera. El primero tiene un rol protector y el segundo lo dejas en duda, a decisión del lector. Es como si el peligro se moviera entre lo real y lo subjetivo.
En realidad, era un poco así, quería generar esa sensación de miedo. Hay gente que piensa bueno, esta chica está haciendo autoestop, lo mismo merece que la violen. Planteo ese juego donde el hombre juega a ver hasta dónde puede llegar y tocar a estas chicas. Creo que era un clásico. Quería jugar con eso, con el miedo a no saber con quién estás ni cómo actuar nunca.
Incluyes en la narración El cuento de la niña polilla. En tu perfil de Instagram has subido ilustraciones y dibujos que hiciste para ese cuento pero que no han llegado a la versión impresa. Es un cuento que induce a una ruptura mágica, es un paréntesis que encaja con el resto de la narración.
Lo pensé, pero tenía bastante con los dibujos de los relojes y me dije que no pegaba con el resto. El cuento es una metáfora de ella misma, de sus padres pensando en lo mejor. Lo mejor para ellos es ser ricos y que se hagan las cosas de cierta manera y no escuchar en ningún momento lo que tiene ella que hay que decir.
A la vez, y no es que yo sea animalista, creo que le debemos más respeto a otras especies. El tema de cómo se hace la seda, de la cocción de esos bichitos que están vivos me llevó a pensar que nosotras las mujeres somos el primer animal domesticado de la historia. Me gustó hacer esa especie de comparación entre mujeres y polillas, la idea de polillas que algunas consiguen llegar a ser mariposas y otras no. No me refiero a que nos hayan matado a todas, sino que algunas han quedado silenciadas. Pienso en por qué yo he llegado a ser feminista, a estar pendiente de estos temas y otras compañeras de mi colegio han seguido los mismos patrones de sus madres. Para mí, ellas se han quedado en la cápsula.
Es la segunda vez en La educación física en que juegas con el poder del pelo como herramienta. Hay un momento en que Catalina toma la decisión de cortarse el pelo y lo ve como una liberación sexual o una liberación de presión porque de repente deja de generar un interés no deseado.
Ha coincidido además con la situación en Irán. Me acordé de la primera vez que yo me corté el pelo muy cortito, en primero de BUP, con 14 años. Causó sensación y atrajo las miradas. Entras al instituto y lo último que quieres es pasar desapercibida, quieres parecer una chica más que nunca porque hay chicos también. Yo hice lo contrario y recibí admiración por parte de otras chicas que yo no había sentido antes.
La parte positiva que narro en la novela la saqué de ahí, y la negativa de la primera vez que sí que me rapé la cabeza al cero. Acababa de tener un problema con un jefe. Trabajaba en otro país y al ser extranjera, me dio vergüenza denunciarlo o mencionarlo siquiera porque ni siquiera tenía pruebas, solo sabía que algo no estaba yendo bien, que no me estaba tratando como a una empleada. Cambié de trabajo y noté como el nuevo jefe también se me aproximaba mucho. En ese momento me rapé porque asumí que iban a pensar que estaba enferma o histérica o era lesbiana. Yo solo quería conservar ese trabajo.
Es una razón muy triste.
Lo es. Pero quieres estar tranquila, quitarte de encima cuatro moscardones y ya está. Es una liberación, pero es muy triste tener que aparentar otra cosa que no eres o renunciar a una parte de tu expresión como es tu pelo por contentar o descontentar a otra persona.
En estos últimos años no voy a decir que ha habido un boom de literatura feminista, porque lo que creo que ha habido es una compensación. Sí se están acumulando una serie de títulos, una serie de autoras, que no sé si has tenido en mente mientras escribías o has dicho no puedo leer de esto porque necesito mantenerme en mi propia visión.
Depende. Yo tengo una sensación muy grande de estar repitiéndome y escribir siempre el mismo libro. Primero hice un cómic que a mí me recuerda mucho a esto porque también hablo de la pérdida de identidad desde otra perspectiva. Después, el primer libro que escribí también relata la infancia y la adolescencia desde el sentido del humor, pero relatando este tipo de humillaciones. Y en el siguiente, La muela, me tiré al barro con lo que es ser una mujer en la sociedad en la que vivimos ahora mismo. Creo que son los temas que me interesan. Me encantaría haberme quedado a gusto y decir que puedo pasar a hacer otra cosa. Pero es que me lo pedía el cuerpo.
Yo no sé si hay un boom. Supongo que, como ahora tenemos más información y recapacitamos y pensamos más, es de lo que nos apetece hablar. No creo que vayamos detrás de que nos publiquen, sino que ahora mismo somos seres gregarios. Si nos hablan de algo y nos hacen reflexionar, creo que es normal que nos apetezca sacar ciertos temas a la luz.
Yo creo que he escrito algo muy obvio, una obviedad detrás de otra. Pero las mujeres que me están contando sus impresiones de la lectura me dicen que creían que eran sus vivencias personales, algunas que habían olvidado o tapado y que ahora han resurgido y ven como algo más colectivo.
¿Tienes algún feedback de lectores masculinos?
Yo no lo escribí para los hombres, lo escribí para mí. Necesitaba dejar por escrito lo que sentía, pero me ha sorprendido mucho el feedback masculino. Desde el primer chico que me hizo una entrevista y dejó ver lo mucho que le había gustado el libro hasta un hombre mayor que me comentaba que no había caído en muchas de las conductas que reflejo. Eso es una alegría, te hace sentir muy bien.
Por otro lado, la primera reseña oficial en medios fue por cuenta de una mujer y fue más fría. Creo que buscaba algo diferente. Por eso creo que los premios generan unas expectativas que me aterran.
Tal vez, frente a anteriores ganadores, la sensación es más estática, pero en realidad están pasando entre líneas cosas de forma constante.
Están pasando muchas cosas. De hecho, yo prefiero que no se diga nada sobre la última parte, donde suceden más cosas. Prefiero que la gente piense que van a ser cuatro horas de autoestop. dije por favor que nadie diga en ningún sitio que la va a recoger un hombre. Justo a la mitad, tras el cuento de la niña polilla es cuando se acelera la acción. Pero yo quería contar todo lo que ha vivido Catalina antes hasta llegar ahí. Ahí te relajas, puedes irte con ella, morirte de miedo con ella, porque ya sabes quién es.
Necesito construir un personaje muy bien antes de que te sientes con ella, porque si no, te va a dar igual que la maten, vas a pensar que es tonta por hacer autoestop. Nosotras nos vamos a poner en su piel, pero los hombres no, y quería que el lector le tenga mucho cariño al personaje antes de ocurrir nada. Tampoco le tengo que dar. No, mucha pena.
El final lo abres un poco a la esperanza, le das un toque de optimismo a pesar de todo.
Yo siempre dejo la ventana abierta. En el anterior también, aunque daba mucho más mal rollo. Aquí puede que incluso haya encontrado un amigo. Prefiero pensar que ella ha llegado hasta ahí y de alguna manera va a sobrevivir.
El hecho de que muchos de tus personajes sean adolescentes pone de relieve que indagan siempre y reflexionan desde el yo. Ven cosas a su alrededor, algunas aterradoras, pero no indagan más allá. Incluso entre las mujeres adultas, si nos fijamos en las escenas que tienen lugar en una peluquería que es un entorno de reunión y desahogo, tampoco parece darse una protección mutua.
Es cuestión de supervivencia. Quería reflejar también cómo era la amistad entre mujeres en aquella época, mucho más fría que ahora. Las mujeres no actúan. Hablan mal entre ellas, comentan lo que les ha pasado a otras… intento reflejar este tema, ese compararse con quien está peor para salvar la ropa.
Con respecto a la amistad en la adolescencia, es mucho más efímera de lo que parece. Te juntas con una, al año siguiente con otra… hasta que encuentras tu sitio y das con gente que tiene las mismas inquietudes, que le gusta hacer las mismas cosas que a ti, con las que convives… Creo que la forma en la que hablo de esa amistad no llega a cuajar del todo porque Catalina no tiene ni idea de cómo querer a nadie. Mis personajes, como es el caso de Guillermo que no puede confesar a nadie que es homosexual en los años noventa, son sociales pero solitarios. No se sabe quiénes son, son como unicornios.