De Hubo un jardín dice su autora, Valeria Correa Fiz, que es un espacio teatral donde los protagonistas de sus relatos se someten a su culpa y a sus secretos, que no son tan suyos en realidad. Los siete cuentos que conforman este libro transmiten una extraña serenidad que oculta situaciones terribles disfrazadas de una normalidad que no lo es tanto. La culpa se diluye en el día a día y en esa rutina se entierran secretos a voces, secretos que, no por ser compartidos, renuncian a su esencia.
No es fácil llegar a este equilibrio, a esta narración llena de imágenes poéticas en la que el lector se siente a la vez cercano a las historias pero sin dejar de observarlas a través de un microscopio con cierta frialdad.
Después de la publicación de su anterior colección de cuentos, La condición animal (Páginas de Espuma, 2016), he tenido la oportunidad de charlar con Valeria Correa Fiz y analizar impresiones de una primera lectura, fondo y forma de estas historias de tono argentino.

Para hablar de Hubo un jardín voy a empezar por comentar mis impresiones generales. Resulta curioso: es un libro dramático, pero no desprende drama sino una hermosa sensación de calma serena que se superpone a las situaciones dramáticas.
Yo supongo que tiene que ver con el lenguaje: hay una búsqueda mía por narrar lo siniestro, pero sin desatender la belleza. Yo creo que no hay categorías puras y cada momento puede estar teñido de bien y mal, de feo y bonito, no de categorías tan taxonómicas con las que solemos clasificar el mundo. Creo que en mi visión no es así, está todo mucho más mezclado. Me preocupo porque el lenguaje transmita esta sensación.
Precisamente aparece esa frase en tu libro: “las palabras funcionan como un conjuro”. ¿Qué conjura Hubo un jardín?
Primero un territorio. Este libro lo escribí en pandemia y no podíamos viajar. La imposibilidad de volver a Argentina de alguna manera la recuperé a través de estos escenarios. Seis de los siete cuentos transcurren en Argentina y uno está protagonizado por una argentina en Madrid. Por otro lado yo pienso en imágenes y de alguna manera creo que si tengo éxito en convocar esas imágenes, conjurar a través de las palabras esas imágenes que yo vi en mi cabeza y pasárselas como una especie de ósmosis literario al lector, creo que el libro funciona. Yo quiero que las palabras conjuren ciertas emociones, ciertas imágenes mentales que de alguna manera se transmitan al lector.
El hecho de escribirlo durante la pandemia, ¿te supuso algún cambio en tu forma de trabajar?
Para mí fue lo mismo. Fue una época dura porque en realidad tuve mucho trabajo porque se intensificaron los talleres. Yo no diría que escribo en soledad, porque escribo en mi casa y ahí hay toda una familia dando vueltas. Lo que pasa es que la familia normalmente no está veinticuatro horas al día. Y en pandemia, sí. Había que obligarse a generar un espacio.
El título Hubo un jardín es interesante. En la contraportada se hace referencia a espacios naturales, pero no están presentes en todos los cuentos. Por otro lado, mientras leía tenía la sensación de que las personas eran marionetas de cartón que ejercían de decorado, como si la naturaleza estuviera siempre ahí y nosotros fuéramos movibles. ¿Qué va primero, el espacio o la historia?
Como lectora vengo del teatro. A mí me gustaba muchísimo cuando era adolescente leer teatro. En el teatro, las convencionales arrancan con una descripción del espacio. Te dicen “un salón, tres sofás”. Cuando uno va al teatro adquiere una visión de conjunto, pero cuando lo lees empiezas por una escenografía.
Muchas de mis historias empiezan por una atmósfera. Hubo un jardín, el título, es lo último que vino. El archivo con el que yo estaba trabajando estos cuentos se llamaba Los Secretos, que para mí es uno de los ejes del libro. Después me di cuenta de que los espacios eran protagonistas y que de alguna manera el jardín, una figura que literariamente tiene una tradición larguísima, funciona por partida doble: como un espacio de orden y cuidados que si se abandona puede devenir en selva o desierto. Y la idea de que la naturaleza se desborda, pero también la naturaleza de los personajes, nuestro jardín interior.
Otro de los ejes que tratan los cuentos es la culpa, el momento de caída de los personajes. Trabajo con el mito judeo-cristiano del Jardín del Edén: espacio beatífico, salvífico del que somos expulsados.
Lo que comentas de los secretos es muy destacable porque, efectivamente, hay secretos en todos los cuentos, pero son secretos a voces, secretos compartidos o de los que son partícipes muchas personas. Hay un contraste entre los cuentos y la propia definición de secreto.
En realidad, yo quería titular el libro “Secreto a voces”, pero es la traducción de un libro de Alice Munro. Tuve que repensar de qué estaba hablando aquí. Y en un punto me pareció más importante la idea de desborde, pérdida de control y expulsión de un estado ideal que la de los secretos. Ahí ya di con Hubo un jardín. La manera de titular es siempre azarosa porque a veces se te ocurren cosas y ya está cogido.
Siempre os pregunto a los cuentistas por el orden en el que planteáis los cuentos.
El primer cuento es el que marca como a nota, es el leitmotiv de la sinfonía. La celestial es un cuento de violencia, de desborde interior de los personajes, de desborde de la naturaleza. El primer cuento es lo que te vas a encontrar dentro de esta colección. Y el último tiene que ser un cuento con la misma potencia o más si es posible. Como una nota tónica. En el medio hace falta un poco de movimiento, algún cuento que nos permita aliviar y sonreír. Cuando hay cuentos que tienen mucha longitud, trato de poner alguno más breve. Luego todo este trabajo para conformar el libro como un cuerpo orgánico el lector lo desbarata si decide alterar el orden. Él tiene la total libertad para hacerlo, faltaría más. Pero yo sí que lo pienso mucho.
Además, como soy una obsesiva de la palabra, intento que la última frase del libro de alguna manera comprima la esencia del libro. Aquí es “tu recuerdo feroz es uno de ellos”. Para mí se cierra así el círculo Hubo un jardín – tu recuerdo feroz. Son cosas en las que me fijo que no necesariamente van a mirar todos los lectores.
Es evidente que trabajas mucho la palabra porque hay frases, imágenes muy poderosas en el texto. Me encanta cuando dices que “Juanito andaba en endecasílabos”. Eres también poeta y eso creo que se nota siempre en la narrativa, transferís algo de un género al otro.
Hay algo que se transfiere que tiene que ver con el cuidado del lenguaje y, sobre todo, con el ritmo. El ritmo invoca algo corporal. Estamos habituados a los ritmos, a los cambios. Los cambios estaciones, los cambios de la luz solar, la fisiología, la genética, dormir o comer… son ritmos. El ser humano habita un orden más grande y ese orden más grande tiene ritmos y nosotros tenemos ritmos internos.
Eso lo cuido mucho, leo muchísimo en voz alta cuando corrijo. Me gusta que los cuentos convoquen una velocidad o una lentitud en función de lo que esté narrando Yo camino y cuando camino se me ocurren un montón de cosas. Cuando te aplicas a hacer otra cosa vienen ideas. Sor Juana Inés de la Cruz decía que si Platón hubiera guisado se le hubieran ocurrido mejores filosofías. Me gusta esta idea de que cuando aplicas tu atención a algo la mente se libera y piensa otras cosas.
Eres argentina, resides en Madrid. Algunos de los cuentos tienen una sonoridad y una expresión mucho más argentina. En otros está mucho más contenida. ¿Cómo modulas ese cambio, te resulta más fácil un registro u otro?
Yo creo que un escritor es un inventor de lenguajes. Ese “suena más a” tiene que ver con las líneas de los personajes. Como en el libro son todos narradores en primera y son los protagonistas se transmite su habla. Pero seguramente en Buenos Aires tampoco entienden ciertas cosas que tienen que ver con el mundo rural. Es algo buscado, yo intento que el lenguaje convoque un mundo y convoque una extrañeza. No puedes narrar un ámbito rural argentino con palabras urbanas de España, porque se genera ahí una disonancia, algo que no funciona.
Te mueves más en el ámbito rural; incluso en el cuento que transcurre en Madrid, lo que podemos imaginar como el epítome de la ciudad, te las arreglas para que parezca un ambiente solitario, desplazas a los personajes en torno a El Retiro. ¿Te sientes más cómoda en ese ámbito?
La ciudad me agobia bastante; cuando somos tantos y hay tanto ruido no puedes pensar. De nuevo yo creo que eso es más bien fruto del fruto de la pandemia. Creo que, quien más, quien menos, todos extrañamos el afuera, el afuera de la ciudad, o el del campo, el afuera de un espacio comprimido.
Los personajes de Hubo un jardín son en general muy jóvenes, adolescentes o posadolescentes, y sin embargo dan la sensación de tener una opinión muy formada y muy firme sobre lo que hacen en ese momento, algo que resulta sorprendente en una edad más propia de la deriva o la incertidumbre.
Sos la segunda persona que me lo dice. Una periodista del diario Clarín de Argentina me dijo: “Tus mujeres —porque el grueso de las protagonistas lo son— están en problemas, pero no tienen problemas.”. Ellas tienen todo un bagaje de inteligencia y emociones para afrontar sus situaciones. Supongo que, aunque nada es autobiográfico, siempre hay un algo tuyo que se permea, que traspasa el libro.
Sí, mis personajes femeninos están en el mundo, son del mundo y conocen el mundo. Ellas saben qué hacer. Claro que luego la vida les pone dificultades. Pero esto es toda una hipótesis.
Además, cuando escribía este libro, yo estaba trabajando en cómo se retrata la curiosidad femenina a lo largo de la historia de la literatura. Hay dos cosas muy paradigmáticas: Pandora, que abre la caja y desata enfermedades para toda la humanidad y Eva que sigue el mismo modelo al morder el fruto prohibido y expulsarnos a todos. Una es la tradición griega, la otra judeocristiana. En contraste está la Virgen María, que no es curiosa y hace todo bien.
Si recorres toda la representación femenina de la curiosidad y llegas a los cuentos de hadas en el romanticismo hay de nuevo un ensañamiento contra la curiosidad femenina. Todas las mujeres que son curiosas y exploran fuera de sus límites generan un castigo que muchas veces ni siquiera es para ellas.
Luego me puse a leer cómo se hizo la reescritura de estos cuentos desde el punto de vista de las feministas, como Angela Carter o Kelly Link. En contraste está cómo se representa la curiosidad masculina. En el caso de Ulises no hay un castigo porque algunas aventuras le hayan salido mal, hay un aprendizaje.
Creo que lo que leí con tanta intensidad como para dar un taller te hace un pozo y estaba harta de leer esas historias de mujeres que se equivocan, les sale todo mal, todo es trágico y que hay que penalizarlas. Por otro lado, no creo que hay que hacer lecturas anacrónicas y sí centrarnos en la misión de la literatura que, si tiene alguna, es describir personajes con los que los lectores o lectoras de la actualidad se puedan identificar.
En tu colección de relatos también hay una permeabilidad de la literatura. Los escritores a veces sois incapaces de no meter un libro, un título, una biblioteca, una balda, en vuestras historias. En este caso hay una referencia a La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Leguin, hay un protagonista que tiene una biblioteca… ¿Cómo surgen esos referentes?
Eso sí es autobiográfico, yo leía muchísima ciencia ficción en Argentina. En este caso me pegaba mucho, porque la historia del Hotel Edén, donde se hace referencia a Leguin, tiende a otros mundos: tiende a un pasado oscuro, la historia de los nazis. Pero también hay otros mundos de apariciones. De alguna manera el libro que está leyendo la protagonista es un guiño al lector, lo prepara. Primero la retrata psicológicamente a ella como una persona que lectora, inquieta y que tiene una mente abierta a otros mundos. Después prepara la aparición más adelante de esos otros dos mundos que son totalmente disparatados.
En los cuentos generas una cierta atemporalidad, sin referencias a tecnología o redes sociales excepto en un caso, una sensación de no saber en qué año se ubican los relatos.
Como escritor creo que esas cuestiones le quitan muchas posibilidades a una trama. Hay cosas que los personajes no saben. La existencia del WhatsApp, del teléfono móvil te corta, te rompe muchas tramas. En realidad, no importa la temporalidad; lo que trato de hacer es que mis historias iluminen los problemas del presente, sin importar dónde o cuándo se ubiquen. Los libros clásicos lo son porque iluminan una problemática que sigue vigente en el hombre. Las historias que yo escribo buscan eso o, al menos, iluminan lo que yo entiendo que es una problemática contemporánea.
De hecho, estos siete relatos giran en torno a una multitud de cuestiones: de índole económica, de clases, más manifiestos en Argentina, de tipo psicológico, como la chica que se autolesiona y lo asume con naturalidad… hay una mezcla muy variopinta.
La mirada política en mi caso está siempre. Sin escribir específicamente de la diferencia de clases o de una denuncia de pobreza creo que el lector las percibe porque forman parte de un decorado indeseable. La condición de desigualdad de ciertos personajes o la mirada de desprecio de una clase hacia otra, se traducen en algo. En definitiva, me doy cuenta que me preocupan muchas cosas.
Si viajas a Argentina con cierta periodicidad, los espacios que trasladas a tus cuentos, ¿los conoces en persona?
El único espacio que conozco es el Parque de España en Rosario, un parque público muy grande. El Hotel Edén existe, pero no lo conozco. Eiffel hizo obras en Argentina, pero ningún invernadero. No conozco personalmente ningún matadero. Pero son espacios más o menos arquetípicos: un hotel, un invernadero, un matadero que en Argentina es algo muy presente. Jugué a reconstruir ciertas cosas. Dentro de mi visión política quería dejar constancia sutil en el libro de algo que para mí es importante y que tiene que ver con la fundación de Argentina como país. Argentina es resultado de un híbrido de inmigrantes más algunos criollos más unos pocos pueblos originarios nómadas.
En un momento en que estamos regresando a ese chovinismo, ese patriotismo, ese nacionalismo, para mí esa fundación de Argentina es algo mítico. Estos pueblos de esta gente que se tuvo que ir por pobreza, por guerra, por lo que fuera, hicieron algo nuevo, algo bueno, mezclándose. Ese legado es inmaterial en cada uno de los argentinos que arrastramos un apellido que convoca el origen y arquitectónico, porque las ciudades argentinas tienen una arquitectura de procedencias híbridas. Me pareció interesante dejar constancia de que eso híbrido que tanto nos espanta no es nada terrible. Si nos ponemos a pensar, cada uno de nosotros somos híbridos.
Has mencionado las tradiciones judeocristianas, pero también se filtran en los relatos otras más ancestrales o paganas, como el uso de hierbas y pociones o la inclusión de elementos atmosféricos, como cuando se habla de que cada piedra de granizo encierra un alma. Esos detalles conforman una parte del todo.
Son inventos para convocar esa idea de lo ancestral más ligado a la tierra, a los pueblos originarios. Es otra vez dejar constancia de lo híbrido, de que hay lugar para para la razón, para la imaginación, para el sentir.
A raíz de la pandemia esa unión a lo rural, a lo natural, se ha crecido como un deseo en mucha gente. Es ese jardín de cada uno.
Si algo caracteriza esta época es hay muchas tendencias. No hay una tendencia única marcada, salvo hacia el consumismo. Están los nichos de la gente que cree ciegamente en las vacunas, de los que no creen para nada, de los que creen que en las vacunas te inyectan vete a saber qué cosa… Necesitaría saber mucho más para darte una respuesta.