Ledicia Costas (Vigo, 1979) tiene algo de lo que muchos escritores de infantil adolecen: una voz narrativa que identificamos inmediatamente con la de un niño. No en vano ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2015. Su forma de conectar con los más pequeños de la casa es. garantía de libro exitoso porque no teme enfrentarles a cuestiones más o menos peliagudas sin cejar en su empeño de divertirles, algo que a veces parece que «pasa de moda» en favor de una literatura más formativa.
Además, Ledicia Costas tiene capacidad de sobra para enfrentarse también a la literatura dirigida a un público adulto. En 2019 publicó Infamia y repite en la misma editorial, Destino, en 2021 con Golpes de Luz, una novela que, a tres voces —la de una abuela, su hija y su nieto— nos arrastra desde una Galicia actual a un pasado que parece inevitablemente unido en la comunidad a la drogadicción y el mercadeo de sustancias prohibidas, a la caída en desgracia de tantas familias que vieron cómo la droga se adueñaba de sus vidas sin saber cómo ponerle freno.
Sin embargo, pese a lo que pudiera parecer en un momento, Golpes de luz es una novela amable, con mucha dulzura y momentos muy divertidos donde, sin renunciar a la crítica, la lectura se hace amena, digerible y permite encarar la vida sin la necesidad de soportar un nuevo drama a nuestras espaldas.

¿Cómo aceptan los lectores que introduzcas esas expresiones gallegas, ese léxico que no es habitual en el resto de España?
Pensé que todo el mundo iba a hablar de eso y casi nadie ha dicho nada. Se lo han tomado muy bien. Pensaba que lo iban a criticar, iban a decir que Ledicia Costas escribe con palabras sin sentido… Pensé mucho en si debía usar cursivas o no y al final decidí integrarlo de manera que no moleste en la lectura. Sé que al principio llama la atención, pero cuando avanzas te das cuenta de que es la manera que tienen de hablar. Luz nunca usa un verbo compuesto, introduce palabras en gallego… Me pareció más puro. En la edición en gallego habla en gallego con palabras en castellano y en la traducción tuve que invertirlo, hacerlo al revés, introducir galleguismos. La traducción fue todo un reto.
Las tres voces están terriblemente ancladas en sus personajes, pero la del niño tiene algo muy especial. A pesar de que Golpes de luz es una novela para adultos no quieres desprenderte de la visión del mundo de la infancia.
Es que me parece muy importante. Los niños y las niñas son los centros de las familias, pero están desaparecidos prácticamente de las novelas para adultos. Para mí era muy importante que esa mirada infantil estuviese ahí. Primero porque me parece que tengo ese don de interpretar las miradas infantiles y sus universos y me siento muy cómoda haciéndolo. También porque enriquecía Golpes de Luz que hubiese tres puntos de vista a través de tres primeras personas tan diferentes. La voz de Sebas iba a aportar mucho a la novela y la iba a diferenciar de otros libros.
La segunda voz es la de Julia. Pasa de ser madre trabajadora a asumir además el rol cuidadora. No suavizas su situación frente a lo que conlleva cargar con todo el peso familiar más el económico, pero en cierta forma le has quitado un poco de lastre al permitirle trabajar a distancia media jornada. ¿Había una intención detrás de darle un pequeño respiro?
Es que si no era todo una agonía y la novela se titula Golpes de luz. Si la asfixiaba hasta el extremo tendría que ser una mujer con una depresión sin escapatoria. Necesitaba darle aire. Luego pensé en si había en realidad mujeres periodistas que tuvieran estos mal llamados privilegios, que tuvieran la posibilidad de trabajar a media jornada. No lo tengo muy claro, es un caso extraordinario. Lo planteé como una conquista para ella al aprovechar la mudanza y el cambio de ciudad. En otras circunstancias sería inviable su vida.
Parece que, como sucede en otras regiones con temáticas distintas, Galicia no consigue desprenderse del narcotráfico como telón de fondo de buena parte de su narrativa. ¿Es necesario que esté siempre presente?
No son ya los años duros y las formas de consumo han cambiado. Yo yo viví una experiencia personal intensa con el tema de las drogas, el movimiento Madres contra la Droga nació en mi barrio y los hijos de la presidenta de la Fundación Érguete eran vecinos nuestros de toda la vida. Me hice esa pregunta durante muchos años: con todo lo que se ha escrito en Galicia sobre el narcotráfico, ¿qué puedo aportar yo? Mi propia mirada, nada más. Esto no es una novela sobre el narcotráfico, es una subtrama que está ahí. Si hablas de los años ochenta en Galicia no puedes eludir esa cuestión que se llevó por delante a una generación entera. Vimos muchas cosas para las que no estábamos preparados, no sabíamos prácticamente lo que era la heroína cuando ya estaban muriendo tantas personas.
Si tú escribes una novela social, tratas temas sociales y echas la vista atrás, ahí hay una herida que no se ha acabado de cerrar, que todavía está abierta. Lo he visto con todas las personas, mujeres sobre todo, que me han escrito y me han dicho: “he encontrado a mi hermano en las páginas de ese libro”, “mi madre formaba parte del movimiento Madres contra la droga”…
En ese sentido estoy muy contenta.
Me ha llamado mucho la atención esa referencia al movimiento Madres contra la droga porque no lo conocía y lo pones en valor.
Ellas les plantaron cara a los capos de la droga y exigieron a las autoridades que actuaron. En la novela cuento cómo elaboraron una lista con los treinta y ocho locales, bares y cafeterías de Vigo, donde se vendía heroína como si fuesen pipas. Ellas lo denunciaron cuando la mayoría eran amas de casa casi sin formación. Fueron unas auténticas valientes.
¿Hubo represalias?
A Carmen Avendaño le cortaron los frenos del coche. Sí que las hubo y claro que les pasó factura. Seguro que muchos han visto imágenes de ellas en el portal de un pazo agarrando la puerta y gritando “Sal del pazo, Oubiña”. Tuvieron que salir a la calle y una de las consignas que gritaban era “¿Dónde estáis, padres?” Porque eran ellas las que estaban en las manifestaciones, las que estaban en la calle. Había hombres, pero era raro verlos. El movimiento fue masivamente femenino.
El personaje de Luz, la abuela, tiene un equilibrio extraño porque genera mucha ternura, pero nos recuerda que estamos viviendo más años, pero a costa de qué, porque a veces la persona que perdura no es la que conocimos, pierde parte de su esencia, sobre todo en el caso de enfermedades mentales degenerativas. Está esa idea del martillo que es genial y no sé de dónde sale.
Yo quería que ese fue el punto de partida de la novela: una mujer que no se separa nunca de su martillo. Sabía como iba a acabar la historia y su nieto, que estaba convencido de que ella es Thor, me ofrecía un punto de partida surrealista para una novela realista como ésta. Al mismo tiempo me da más juego para algunas escenas que tienen un poquito de humor, que arrancan sonrisas por esas salidas disparatadas de Luz que tiene ese carácter intratable porque efectivamente camina hacia la cuerda floja de la demencia.
Ella también arrastra un pasado traumático. Escucha la voz de su madre dentro de su propia cabeza y está atormentada. Muchas cosas de las que hace en la novela las hacía mi abuela en casa. La hemos visto discutir con un vecino y lanzar las raspas del pescado de una finca a otra, la hemos visto hacer muchas barbaridades Aquí hay muchas historias de mi abuela y de otras abuelas que me rodean y que a medida que empiezan a cumplir años empiezan a hacer cosas raras ahí recogidas.
Hay también una reivindicación social. Hace años las mujeres estaban en disposición de cuidar a sus mayores, pero ahora, con la incorporación al trabajo, ¿quién asume ese rol?
Nosotras trabajamos fuera, trabajamos en casa y nosotras cuidamos y nos cuidan. Hay hombres que cuidan, sí que los hay. Pero la inmensa mayoría del peso de los cuidados sigue recayendo sobre los hombros de las mujeres, que somos las que lo sostenemos. ¿Por qué razón? Porque no hemos conseguido romper con ese rol, porque alguien lo tiene que hacer y o lo hacemos nosotras o no lo hace nadie, porque la administración pública no dota de recursos suficientes para que las personas mayores estén cuidadas como corresponde… Los cuidados son precarios porque no tenemos formación en la inmensa mayoría de los casos. Los familiares los cuidan con cariño, eso está por encima de todo pero, ¿dónde están los medios del estado? Están los cuidados precarizados, las personas cuidadas. En el caso de mi abuela la ayuda que solicitamos no ha llegado a tiempo y ese caso que hemos vivido en mi casa se replica en muchísimas familias. En el barrio donde viven mis padres, un barrio de gente muy mayor donde las ambulancias no paran de entrar y de salir, todas las personas son cuidadas por otras mujeres, mujeres que no tienen vida, cuya vida es cuidar de otras personas.
Es además una historia de cuidadoras porque la figura del padre de Sebas está ausente, físicamente ausente. Ahí se remarca aún más la soledad de quien no cuenta con ayuda.
Él quiere estar ahí, pero está en otra ciudad. Ella tomó una decisión también controvertida de volver a casa y cuando llega se da cuenta de que no puede con todo. La conciliación es una quimera, no existe. No puedes hacerte cargo de tu hijo, de tu madre, de la casa, de ir al supermercado, de tu trabajo… es imposible. Por eso siempre hace listas, pero siempre se le olvida algo, deja algo atrás y eso que deja atrás está relacionado con ella y no con los demás.
De los tres niños que aparecen en la novela, Sebas Guerrero y Noa, ¿Con cuál te sientes más identificada?
El otro día me decía alguien que claramente el personaje que más se aparece se parece a mí es Julia. No, yo me siento absolutamente identificada con Sebas por cómo le gusta jugar con las palabras, por esa sensibilidad especial que no acaba de encajar, pero que termina por encontrar su sitio porque encuentra a los de su misma raza y se reconocen al instante. Además, qué bien se entiende con su abuela, cómo fluye esa comunicación a base de ternura.
Eres una maravillosa escritora de literatura infantil y me gustaría saber cómo ves esa especie de burbuja protectora que se está formando en torno a la narrativa para los más pequeños donde parece que no se les puede enfrentar a la realidad. ¿Cómo enfrentas esa la escritura? Porque la voz la tienes. ¿Te ponen alguna pega?
Muchas. Aunque yo hago lo que me da la gana, me siento completamente libre. Tengo una colección en Alfaguara, Los Minimuertos. Es una pandilla de niños fantasmas y a los niños les encanta, se lo pasan bomba, pero cuesta convencer a los padres que se echan las manos a la cabeza. Me criticaron porque están muertos y habitan, no viven, habitan en el mundo. Los muertos están más allá, en el otro barrio. Un niño de esos muertos hace una trastada y tira un petardo para asustar una momia y a la momia del susto se le caen las vendas. Bueno, están muertos, no pueden volver a morirse. Escuché de todo, que estaba fomentando la violencia infantil, el bullying, el acoso escolar… Esta es una anécdota, pero tengo muchas de este estilo para contar.
Con el tiempo he aprendido a aislarme. Yo quiero ser una autora, y lo soy, que escribe lo que considero que tengo que escribir pensando en los niños, no en los padres. Yo pienso en el público infantil, en las historias que me gustaban de niña y las que me gustan ahora como consumidora de literatura infantil. No pienso en lo que les va a gustar a los padres. ¿A lo mejor vendería más libros de otra manera? Probablemente, pero no me gustaría nada escribir libros, así que hago lo que considero y soy honesta.
Volviendo a Golpes de luz, la ubicación física es una parte muy importante de tu historia, ¿verdad?
Porque lo tengo que visualizar todo el tiempo. Esta historia transcurre en una casa familiar, la casa de mis abuelos, lo que yo tenía todo el tiempo en mi cabeza con todo ese entorno verde con monte, campos y un espacio también de libertad, donde los niños y niñas a día de hoy pueden seguir jugando en la calle y no tienen que estar metidos y controlados en interiores todo el tiempo. Apenas circulan coches por ese barrio, que es algo que me parece fundamental. El espacio casi siempre es fundamental en mis novelas. En la anterior, Infamia, condicionaba al carácter de los personajes. Aquí el colegio es todo el tiempo en mi cabeza el patio de mi escuela. Me gusta escribir sobre lugares que conozco. Cuando escribo fantasía me invento países, pero siempre tengo ahí una referencia real.
Una situación de la novela que me ha gustado en su planteamiento es cuando le piden a Sebas escribir una redacción sobre su padre, momento en que sacas a la luz esa situación que contrasta tanto con la educación en diferentes tipos de familias: monoparentales, con dos madres o dos padres… y sin embargo te siguen pidiendo eso como tarea.
Si hay algo que para mí es importante es que en mis libros, infantiles, juveniles o para personas adultas, recojan la diversidad. Lo diverso es riqueza y mis novelas están llenas de personajes que a lo mejor no acaban de encajar porque se sienten diferentes y por eso son señalados, porque lo son y es genial ser distinto al resto. Pasa lo mismo con las familias. No hay una familia igual a otra y todas son igual de válidas. Esto está empezando a cambiar pero queda mucho por delante.
A mí me gusta, más que Sebas, Noa. Me identifico con ella porque yo también era muy Mari sabidilla a su edad.
Noa es magnífica porque es lista, lo sabe y los pone en línea. Es una niña con poder y me encanta que sea así. Casi todos los libros que leí cuando era niña y adolescente eran libros protagonizados por niños que hacían muchas cosas y niñas que aplaudían esas cosas que hacían los niños. Me parece importantísimo darle una vuelta a ese rol y que las historias ahora empiecen a estar llenas también de niñas que hacen cosas y niños que aplauden esas cosas que hacen las niñas.
¿Tienes un proceso diferente de trabajo cuando te enfrentas a la literatura infantil o a un proyecto para adultos?
No, soy muy caótica y da igual. La única diferencia es que tardo más en escribir novela para adultos porque tiene más páginas, la historia es más larga y le dedico más meses. Es la única diferencia: el esfuerzo es el mismo, la media de horas que paso delante del ordenador también, lo que me obsesiono con las historias, con los personajes, la forma en que busco crear universos o micromundos donde podría ambientar otras historias… Eso es muy importante para mí y lo hago independientemente del subgénero que escriba.
Y, cuando se te ocurre una idea, tienes muy claro que va a ser para un público infantil.
Eso sí lo tengo claro desde el principio, ahí no dudo. Es importante por la voz narrativa que depende del público al que te estés dirigiendo.
Si te pido que cuentes cuál es la idea que te gustaría que la gente tuviera presente después de leer Golpes de luz…
Que es una novela muy agradable de leer. Es una historia que trata temas duros que nos afectan a muchas personas: el mundo de los cuidados, cómo le afecta a un niño o niña la separación de sus padres o el acoso escolar… Hay muchos temas que se tratan en menos de trescientas páginas, pero que pese a todo es una novela que está llena de luz, llena de momentos agradables y creo que es un libro refugio en el que, aunque fuera estén pasando cosas terribles, quiero pensar que te ayuda a evadirte y pasar un buen momento.
He escrito muchos dramas, pero estamos en un momento en el que creo que hacen falta más novelas que se salgan un poco de la norma y ese concepto de novela refugio donde protegerte de lo que hay fuera y sentirte bien con lo que estás leyendo. Hay gente que me escribe diciendo como se ha reído, los buenos momentos que ha pasado, y en el fondo es lo que yo quería. Trato temas duros, pero contados de una manera más tierna, quizás más dulce. No he apelado a la lágrima fácil pero tampoco he escapado de eso.
- Título: Golpes de Luz
- Autor: Ledicia Costas
- Editorial: Editorial Destino (más información del libro aquí )
- 288 páginas. 18,90 Euros (formato papel); 8,99 Euros (Formato digital)