No voy a negar que Enrabiados tiene una de mis portadas favoritas en lo que va de año. No es un factor determinante, pero sí uno que admirar. Porque con una sola imagen se trasluce a la perfección que va a encontrarse tras la portada: una colección de relatos de personajes furibundos, indignados con o sin razón, soliviantados por la vida y sus circunstancias. Enrabiados, de Jorge Volpi ,es un prodigio del relato comenzando en su primera historia, un plano secuencia narrativo de alrededor de treinta páginas sin un solo punto y, sin embargo, legible.
Las historias de enrabiados se enroscan con la actualidad bajo diversos telones de fondo: la política que cae en lo chabacano y en el grito porque sí, la sempiterna presencia de las redes sociales —en especial de Twitter— que manipulan a sus usuarios bajo una falsa pretensión de libertad, la ciencia, la literatura y la música como artes asociadas según las circunstancias al odio… La rabia en todas sus expresiones como extensión de otras emociones más sutiles, más sibilinas, escondidas bajo el sonoro paraguas de la primera.

Hablas de la rabia en sus muchas vertientes, pero es una rabia que nunca es rabia por sí misma, es rabia que viene asociada a otros aspectos como los celos, el ego, la política… La rabia no existe por sí misma. No se puede tener rabia si no rabia por algo.
Me interesó de pronto hacer este libro y que tuviera un tema común. En este caso es la rabia, la ira, la cólera, como le queramos llamar. Esta es una emoción primaria y está asociada con nuestra necesidad de sobrevivir. Si se vuelven rabiosos, iracundos, la mayor parte de los mamíferos lo hacen para poder defenderse de un ataque directo.
Pero en el caso humano, esa, que es una emoción primaria, siempre va acompañada de otras y eso es lo que yo quería mostrar en este libro: muchas variedades de la ira y muchas variedades de la rabia asociadas a veces con la envidia, a veces con la venganza, a veces con los celos y en varios ámbitos y aspectos.
La rabia en la política, en las redes sociales, en las relaciones de pareja, en las relaciones de familia, entre amigos, en el mundo artístico, en el mundo literario… Quería tratar de hacer un panorama completo porque sí me da la impresión de que estamos en una época muy marcada por esta emoción, tal vez exacerbada, justamente, sobre todo por nuestro uso de las redes sociales.
Ese es un tema clave en el libro, el de las redes sociales y el de Twitter en especial. Usas de forma recurrente la palabra trino en lugar de tuit y me parece que, frente a la segunda, más anodina, sosa y sin alma, trino tiene más potencia, más encanto. ¿Eres usuario de esta red social?
Pues cada vez menos. Tengo que decirte que cada vez menos. He escrito también columnas de opinión y textos más de ficción en torno a las redes sociales y particularmente a Twitter, que es la red que yo utilicé mucho tiempo y que ahora utilizo cada vez menos. La uso ya prácticamente solo para anunciar actividades o eventos, pero no para discutir o no para poner opiniones, tal vez para ser coherente con lo que me parece que el libro refleja.
La arquitectura misma de Twitter, el modelo de Twitter, está en alguna medida diseñado para propiciar la rabia y la ira y la descarga de nuestros peores lados. Es un medio que está diseñado para dar opiniones muy inmediatas sin reflexionarlas, para que sean lo más cortas y contundentes posibles, muy impulsivas, en donde lo que se premia siempre tiene que ver con lo que sea más escandaloso o lo que sea más violento o lo que sea más ingenioso.
Además, es como si ahí hubiéramos trasladado nuestra discusión a un medio privado, lo cual también me parece que no deja de ser preocupante. Estamos trasladando nuestra vida pública a un medio privado que tiene límites puestos por inversionistas privados. Ahora es Elon Musk quien decide políticas, decisiones, límites, fronteras.
Por otro lado, es un lugar, como casi todas las redes sociales, que creemos que es gratuito, pero es más bien lo inverso. Nosotros estamos al servicio de ese medio entregándoles todo lo que somos, nuestra intimidad, nuestras opiniones, nuestras ideas, para que solamente sus inversionistas terminen haciéndose ricos.
Por supuesto es una plataforma que tiene muchas ventajas. No deja de ser un medio de comunicación, no deja de ser una forma de compartir información en esta época, en donde, como hablábamos, los medios tradicionales han perdido muchísimo impacto. Pero hay que tener conciencia de lo que realmente estamos haciendo ahí.
Tú lo planteas como algo que va más allá de las pantallas del ordenador. Llevándolo a un plano más exagerado, hablas de casas de paredes transparentes. Es decir, tenemos que ser transparentes en redes, que no lo somos, pero además tenemos que ser transparentes en lo demás e inventas ese concepto de casa transparente.
Es la metáfora de lo que realmente creo que pasa en redes sociales. Ahí sí es en todas, no es solamente Twitter. Vivimos en una época que nos impulsa todo el tiempo a ser exhibicionistas y voyeurs al mismo tiempo. Tenemos que mostrarnos todo el tiempo, hay una obsesión por mostrarse todo el día; en un extremo están los influencers, pero cualquier persona documenta su vida en redes desde que se levanta por la mañana hasta que se duerme por la noche.
Al mismo tiempo todos estamos espiando, fisgoneando en las vidas de los otros. Por un lado, se nos impulsa a ambas cosas, a exhibirnos al máximo y a espiar a los demás al máximo. Pero por el otro, nadie quiere ser como es en realidad. Quiere ser como te gustaría que te vieran los demás. Entonces la ficción aquí se exacerba. Tenemos que poner nuestros mejores lados o de plano inventarnos personalidades que no son la nuestra para poder sobrevivir en este medio que nos obliga tanto a exhibirnos y al mismo tiempo a estar espiando permanentemente la intimidad de los otros.
En el caso de los escritores: a tu personaje Álex sus editores achacan a su falta de presencia en redes sociales que uno de sus libros no haya ido tan bien como los anteriores. No a la extensión del volumen ni a la temática. Y esa es una presión añadida que tenéis los escritores. Además de escribir, es más fácil publicar si tienes detrás una cohorte de gente que te aplaude.
Esa presión existe. Hay lugares donde más, lugares donde menos. Lugares más literarios donde les preocupa menos, lugares más comerciales donde les preocupa más. Pero es cierto que hay editoriales en varias partes del mundo para las que un factor para publicar un autor es el número de seguidores en redes sociales. Ellas imaginan que ese va a ser su mercado, cuando sabemos que no es así.
Si alguien no usa ninguna red social casi provoca cierta prevención a la hora de publicarlo. ¿Qué vamos a hacer con este autor que no está en redes sociales? Por no hablar de autores que no quieran hacer prensa y este tipo de cosas, que también los hay, y terminan siendo muy incómodos para las editoriales. Esa presión por asociar la literatura al autor y que el autor tenga que estar defendiendo y promoviendo su libro por todas partes, en redes sociales es aún más exacerbada.
El primer cuento tiene una particularidad que me parece muy loable como escritor, muy dolor de cabeza para el editor. Es un relato sin puntos, un cuento de treinta páginas de corrido y que aun así mantiene la capacidad para que el lector pueda seguir el hilo. ¿Cómo te planteas como escritor trazar esta historia y pensar, necesito que mi lector entienda lo que estoy contando, que respire, pero que no se pierda?
Yo siempre he creído que en literatura la forma y el fondo son la misma cosa. Lo que uno tiene que contar tiene que contarse de la única manera que puede ser contada. Eso es lo que quería en este libro. Hay cuentos que retratan la rabia de muchas maneras y cada uno tiene su forma específica.
Este primer relato juega con dos cosas. Por un lado, con las necrológicas. En realidad, sería un intento de necrológica que escribe un alumno de su maestro recién fallecido. Pero por el otro es realmente lo que está pensando este alumno mientras está intentando escribir la necrológica y le está hablando en segunda persona a ese maestro muerto. Como en realidad es el flujo de conciencia de este personaje, me parecía que el flujo de conciencia no tiene puntos y aparte, no tiene puntos y seguido, va directo. Esa era la razón de escribir esta narración así y es un intento y otro intento y otro intento de cómo va a escribir esa necrológica conforme va revelando este personaje lo que realmente piensa, siente y opina sobre el que ha muerto.
En todos los relatos está lo que cuentas y lo que realmente cuentas, que está por debajo. Es el caso de esta primera historia donde va saliendo basurilla, es decir, circunstancias de vida que van emergiendo poco a poco en cada página y que permiten un crear esa idea concreta. Pero pasa lo mismo en el segundo relato, que es como una tragedia griega maravillosa también, donde cuando vas llegando al final ves que los protagonistas no se dan cuenta de lo que está pasando en el subtexto.
Yo no escribo demasiados cuentos. Es uno de los géneros que he abordado poco, aunque es de los primeros que empecé a escribir. Pero a mí sí siempre me quedó marcada la idea de Hemingway, que el cuento en realidad es esa punta del iceberg y lo que realmente importa es lo que no se cuenta y está abajo y el lector mismo tiene que descubrirlo. En todos los cuentos he intentado eso. Todos los cuentos son satíricos, tienen una doble lectura y todo lo que se dice no es lo que realmente importa y en eso tienes toda la razón.
En dos de los cuentos son dos mujeres las que son vilipendiadas por las redes sociales de formas distintas. ¿Es casual?
No, yo creo que no es casual. Todos los relatos en alguna medida se basan en alguna situación real. Ninguno la transcribe de manera directa, todas son variaciones de hechos reales, pero en todos los casos algo de sustrato real hay y, por lo tanto, en los dos casos, son cosas que han pasado en la realidad.
Me interesaba ver cómo era el funcionamiento de la ira y de la rabia en redes sociales y esos dos cuentos son quizá los que mejor lo reflejan. El primero es sobre un hombre es experto en rabia y al mismo tiempo rabioso practicante de Twitter. Acá es a la inversa. Es el caso de una política, este caso es sueca, una mujer que es destruida por las redes sociales. Aunque si vemos cómo termina el cuento, la siguiente víctima será un hombre, porque lo que pasa en redes sociales es que se necesita una víctima propiciadora cada cierto tiempo. Y eso va a ir cambiando entre hombres, mujeres y todo tipo de usuarios.
Twitter es como ese espacio, esa rabia que se vierte. Hay un fragmento maravilloso: “Las lapidaciones son la única herramienta con que contamos los olvidados para desinvisibilizarnos”. ¿No nos queda más recurso que quejarnos en Twitter? Planea sobre los textos esa idea de activismo de sofá, gente que está en estos cuentos que no hace nada.
Ese es otro de los problemas. En nuestra época hay muchas rabias o iras o cóleras legítimas porque hay muchas razones para estar enrabiados: contra la violencia, contra la desigualdad, contra la injusticia que vemos todo el tiempo. Pero, lamentablemente, medios como Twitter hacen que esas rabias legítimas se equiparen con una enorme cantidad de rabias, que no vamos a llamar ilegítimas, sino simplemente un tanto artificiales, las que induce el propio medio y las que inducen ciertas personas, particularmente los políticos. Hay políticos de todo tipo intentando exacerbar y azuzar la rabia de sus seguidores, encontrando enemigos, causas lejanas o falsas para estar enfadados o enojados. Conviven como si fueran equivalentes las rabias legítimas frente a la situación y aquellas que solamente son instrumentalizadas por los políticos.
Porque mucha de esta rabia que viertes, lo haces precisamente contra la política. Hay una crítica muy, muy feroz que ya se va alargando en varios de los relatos donde dejas caer que son causa y efecto.
La cita que ponías, por ejemplo, es una cita legítima de lo que mucha gente cree que puede hacerse en redes sociales: que ahora todos tengamos voz, que los que antes no tenían poder puedan hablar de la misma manera que los que sí la tienen… Ese es un argumento legítimo, pero queda en medio de ese marasmo completo en donde, como cada quien puede decir lo que quiera, no solamente las causas legítimas aparecen ahí, sino también cualquier tipo de opiniones falsas, absurdas, exageradas y todo conviviendo sin posibilidades muchas veces de distinguirlo.
¿Crees que parte de esta rabia que se vierte en los cuentos viene dada a su vez por cierta sensación de soledad, porque son personajes que parecen aislados?
La otra paradoja de nuestra época es que, y si lo vemos en los jóvenes es mucho más obvia, estamos conectados todo el tiempo, tanto con amigos cercanos como con el mundo pero ,por el otro, al estar todo el tiempo, a veces muchísimas horas al día en la pantalla de sus pequeños ordenadores de bolsillo, que son lo que ahora llamamos teléfonos inteligentes, hay cierta soledad también inevitable de estar todo el día solo frente a la pequeña pantalla.
Una de esas consecuencias que se advierten en los relatos es esa idea de que no damos tiempo a reflexionar o argumentar. No hay margen a analizar, a razonar, a pensar, a ponerse en el sitio del otro.
Eso es lo peor de todo, yo creo. Más cuando uno lo ve desde el lado de la literatura. La literatura es justamente ese espacio donde se explora lo gris, lo indeterminado, lo complejo, lo ambiguo. Y eso es justo lo que menos existe en un mundo dominado no solo por las redes sociales, sino por la lógica de las redes sociales, que es la que tú acabas de describir. La de que todo es claro, todo es nítido, las opiniones son absolutamente firmes, yo tengo solo mis convicciones y quien no las tiene es el enemigo del otro lado…
Ese es el mundo en el que estamos viviendo, un mundo cada vez más polarizado con la idea de que existen verdades absolutas. Lo paradójico es que hay quien cree que esto pasa porque estamos en una época de relativismo, pero no, más bien estamos en una época de verdades absolutas encontradas, y quien está a la izquierda, a la derecha, es independentista, nacionalista, etcétera, piensa que tiene la única verdad posible y que no hay manera de creer que el otro pueda tener razón en algún punto.
El capítulo dedicado a los músicos es una especie de ruptura. Por supuesto hay rabia, pero choca mucho al leerlo, mezclar esa rabia con la música, un género que provoca muchas emociones, pero la rabia no suele ser una de ellas. Puede ser energizante, pero no enrabiante.
Yo dudaba aquí sobre si incluir o no estos relatos, los únicos que son muy antiguos y se mantuvieron exactamente como eran desde el momento en el que los publiqué por primera vez. Pero aquí me parecía que había un tipo de rabia distinta y que podía entrar dentro del libro. No es la rabia que provoca la música en el oyente. Es la rabia de la música como metáfora de cualquier actividad en la que se busca la perfección.
La rabia es más bien de los propios músicos hacia, más que su instrumento, la imposibilidad de acceder a la perfección, que es otra de las tiranías de nuestra tradición occidental. Ese tipo de forma de hacer música no está presente en otras tradiciones, pero en Occidente se ha creado esta idea, sobre todo en el ámbito de la música clásica o de la música de concierto, de que es algo sublime y que por lo tanto hay que llegar a la perfección. Y la perfección provoca esa ambivalencia del músico frente a lo que está haciendo y frente a la rabia que puede tener por la frustración de no alcanzar esa perfección que se le exige. Y a partir de ahí, ya podemos hacer la equivalencia a los deportistas o a otros ámbitos en donde se exige esa misma perfección.
Ese último relato, ese autorretrato ficticio un poco paródico de un escritor, ¿es también un ejercicio de desahogo?
Pues sí, ese último es un relato de auto ficción para burlarse también de la metaficción o a la inversa, esto es metaficción que se burla de la auto ficción. Es un relato que escribí hace varios años, pero que aquí sí he reescrito por completo. Tiene ciertos componentes basados en la realidad y un cierto punto claramente autobiográfico. Sobre todo, mi relación con Ignacio Padilla, que era mi gran amigo y murió hace unos años. Este relato lo escribí antes de que él muriera y en el relato ya moría el personaje. Ahora que finalmente lo publico y él ya no está hizo que cambiara un poco la naturaleza del relato mismo, incluso para mí. Refleja otra vez parte de lo que significa la vida literaria, llena de rencores, de envidias, pero también de amistad, de competencia legítima.
También hay mucha presencia de lo científico, lo físico, lo ecológico, y lo intentas de alguna forma separar de esa frialdad que caracteriza a las ciencias porque también dejas que se cuelen ahí esas emociones contenidas en materias que a priori son mucho más restringidas en lo emocional.
La ciencia es uno de esos temas que me interesa de siempre. Trato en casi todos mis libros de que aparezcan las dos cosas que más me gustan y de las que me siento frustrado de no haber sido: científico y músico. Aquí están las dos. La parte científica se ve en el retrato en el primer relato de un hombre que es una especie de Leonardo Da Vinci de nuestro tiempo, pero lleno de rabia, de frustración.
Me parece que con la ciencia seguimos pensando, como si estuviéramos en el siglo de las luces, que somos seres racionales y que la mayor parte de las decisiones que tomamos son racionales. Cuando ahora sabemos que es todo inverso. Incluso en la ciencia prácticamente todas las decisiones que se toman son más bien emocionales. Y una de las emociones que tienen que ver con todo precisamente es la ira.