Retomo por segunda vez las notas que tomé el pasado día quince en la IV jornada «El autor en el nuevo mundo de la edición«, organizada por la Asociación de escritores de Euskadi / Euskadiko idazleen Elkartea en Bilbao, para comentar algunas de las conclusiones que se entresacaron en otra de las mesas redondas más interesantes.
Si en la pasada ocasión hablaba del futuro del periodismo cultural, en esta quiero reflejar las ideas que pulularon en torno a la mesa redonda Los secretos para que un libro se publique. Por cierto, si queréis leer una entrada más resumida y con algunas conclusiones claras de lo que fue la jornada al completo, os recomiendo dar un repaso a esta entrada de Abel Amutxategi, quien la ha escrito con mucho acierto.
En la mesa redonda que hoy traigo a colación participaban Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma (acaba de recibir el Homenaje al mérito editorial 2017 en la Feria internacional del libro de Guadalajara; Gregori Dolz, Editor de Alrevés Editorial; Berta Bruna, Agente literaria; y Núria Ostáriz, Lectora profesional. La mesa estuvo moderada por Bernat Ruiz Domènech, Consultor experto en digitalización del libro y cuyo blog Verba Volant – Scripta Manent ya comenté que estaba entre mis lecturas digitales de cabecera.
La sesión abrió con la eterna pregunta: ¿qué hace falta para tener éxito con un libro? Juan Casamayor, quien habló siempre con cordura, pero también desde un punto de vista extremadamente tradicional en lo que a edición respecta (a veces parecía a punto de decir «en mis tiempos», lo que no es necesariamente negativo, vistas según que cosas que se publican hoy en día), se refirió a la «conversación con el manuscrito», a la obligada lectura de la obra, al menos en la última etapa de decisión. Así, el libro tiene que hacerle sentir la necesidad de compartirlo, tiene que resultarle gratificante, aunque en ocasiones también admite que no todo lo que le gusta o cautiva lo acaba publicando, también se han de tener en cuenta los criterios o líneas editoriales.
Por su parte, Berta Bruna hablaba de la necesidad de encontrar obras que transmitan y conmuevan al lector y con las que se pueda convencer al editor para que lleguen al mayor público posible. Desde el punto de vista del agente literario parte de su trabajo es encontrar la editorial donde esa obra encaje, para que todo funcione. Sobre sus comentarios, no me queda claro el objetivo: en mi opinión una obra no tiene que llegar a todo el publico posible. Una obra está destinado para uno u otro lector, y las que más atracción mediática y más público generan tienden a ser obras deslavadas, desprovistas de los elementos más innovadores o polémicos, en una suerte de «libro para todos». Al igual que una obra encajará mejor en una u otra editorial, también habría que intentar —es un área donde, salvo la literatura infantil y juvenil y algún otro género— hacer un estudio previo del público objetivo.
Gregori Dolz admitía que hay libros interesantes, ya sea por su temática, su lenguaje, una fórmula narrativa original… para los que la toma de decisión sobre si editarlos o no es rápida y sencilla. Pero no todos conmueven y hay ciertas obligaciones comerciales y de catálogo o fondo editorial que obligan a publicar un cierto número de publicaciones al año por lo que no siempre se tienen en cuenta el valor artístico en exclusiva. Creo que esta visión es incluso optimista: el valor comercial se superpone en muchísimas ocasiones al valor literario —por un lado tenemos las numerosas obras de personajes mediáticos, blogueros, youtubers… de quienes se espera que un determinado porcentaje de sus audiencias compre el libro; pero además, también están las obras de autores que sólo se publican por su nombre, que se acuerdan, «libros de encargo», por así decirlo—. Otra de las aportaciones de Dolz fue la admisión de que un editor no es infalible, deja de publicar libros que alcanzan un gran éxito, se «come otros cono patatas»… en cierto modo, el editor es un ludópata, apuesta a lo loco.
Nuria Ostiz habló de la labor del lector profesional: un trabajo con muy poca visibilidad pero al que recurren tanto editores, como agentes o autores, que buscan una opinión objetiva sobra la obra, aunque el lector encara siempre el trabajo de una forma emocional, unos libros enganchan y otros no. Algunos de los consejos que dio respecto a la presentación de manuscritos:
- Las modas no funcionan bien, no hay que dejarse guiar por ellas y sí por escribir algo que te haga disfrutar (algo que dudo mucho, visto el boom de obras de un género que surgen a raíz del éxito de alguna)
- La novela tiene que estar trabajada antes de presentar el manuscrito. Si es necesario, recurrir a un informe profesional. Para pasar de la idea al manuscrito final, hace falta un gran trabajo, pulir, revisar… ninguna editorial se va a molestar en leer dos versiones de una novela, así que tiene que estar bien a la primera.
- A la hora de dirigirse a una agencia o editorial, hay que trabajar la carta de presentación, con una sinopsis atractiva, una biografía (que no un CV) y el manuscrito, cuyo inicio tiene que enganchar. Esto ayuda a tener algo ganado, pero no asegura el éxito.
Un tema del que se habló con profusión fue la avalancha de manuscritos que se están acumulando en las editoriales. Nuria Ostiz hablaba de la facilidad que las nuevas tecnologías ofrecen para su presentación —tener que imprimir las copias suponía en ocasiones una barrera que los archivos electrónicos han eliminado. Juan Casamayor también hablaba de la necesidad de dejar de aceptar manuscritos. Para él, la simple aceptación obliga a dar una respuesta al autor, y su lectura es, a fin de cuentas, un coste de oportunidad y económico. Gregorio Dolz se pronunciaba en los mismos términos: en el caso de Alrevés son tres personas, y necesitan recurrir a filtros previos, ya sean agentes, otros lectores, bloqueos, autores ya publicados en su casa… una red de contactos, en fin, que actúen como barrera.
La autoedición ante la edición clásica
Bernat Ruiz planteó varias cuestiones interesantes: por un lado, la frustración del autor ante la incapacidad de llegar a publicar por la vía tradicional, que le lleva en muchos casos a buscar un camino alternativo, el de la autopublicación. Pero esto significa que hay un porcentaje de escritores de talento que, además de desarrollar una serie de aptitudes adicionales (de marketing, empresariales…), suponen una fuga al margen de la edición tradicional. A esto hay que sumar aquellos que, cuando por fin logran dar el salto a la edición tradicional, se encuentran con una decepción, ya que los resultados de ventas que les ofrecen son inferiores a las que han logrado por la vía de la autoedición.
Ante estas cuestiones, Berta Bruna hablaba de que la autoedición está ahora al alcance de cualquiera y que tiene una parte positiva, como enfrentarse por vez primera a lectores fuera de su núcleo más próximo, lo que prepara al autor para las críticas u opiniones externas. También aprecia un esfuerzo por parte del autor editado para ofrecer la mejor obra posible.: solicitan informes de lectura, asisten a talleres, clases de escritura, buscan maquetadores y correctores… no tiene claro que sea una fuga de talento sino, en todo caso, un escaparate para dar el salto a una edición tradicional.
Bernat Ruiz plantea entonces si una obra es más publicable cuando el autor demuestra aptitudes para la promoción. Juan Casamayor afirma que no. Que lo que hace publicable una obra es su texto. Un autor no escribe libros, escribe manuscritos, y el editor ha de correr un riesgo para promocionar y vender. Eso sí, se le debe exigir un compromiso que comienza por la lectura: si no lo ha leído no puede venderlo. El autor no es quien mejor vende y promociona, aunque sí quien mejor conoce la obra. La promoción exige el conocimiento de ciertas técnicas que están en manos de los editores. Una cosa es la escritura, que debe hacerse «desde las vísceras», y otra el ámbito técnico de la edición. En esto coincide Gregori Dolz, que opina que escribir se hace por necesidad, pero la publicación hay que trabajarla, o Berta Bruna, que afirma que el éxito de muchos escritores viene del trabajo de equipo de mucha gente, aunque es cierto que existe un factor sorpresa que no se puede controlar: los lectores, que deciden a quién otorgan su favor.
Estos son algunas de las cuestiones que se plantearon. En mi opinión, faltaba la voz discrepante (aunque Bernat Ruiz sí cuestionó en esa línea): la de las editoriales digitales o de empresas de servicios editoriales.
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