«»Es el viento», le decía Catherine. Y Dolly respondía: «Pero el viento somos nosotros… reúne y recuerda todas nuestras voces y después las envía charlando y contando sus cosas entre las hojas y los campos. He oído a papá con tanta claridad como que ahora es de día»».
«El juez fijó sus ojos en los míos. Creo que estaba tratando de decirme cómo debía responder. Pero yo lo sabía ya por mi mismo. Sean cuales fueren las pasiones que los conforman, todos los mundos privados son buenos, nunca son lugares vulgares; el mundo propio de Dolly, el mundo que compartía con Catherine y conmigo, la había vuelto demasiado civilizada para apreciar los vientos de crueldad y de perversión que circulaban por todas partes.»
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