Edward Bunker: La educación de un ladrón

«Estoy seguro de que yo era bastante más leído que él. Él rara vez leía ficción, mientras que yo considero que nada explora mejor que las grandes novelas las profundidades y la oscuridad de la mente humana, y que incluso una novela normal puede iluminar uno de sus resquicios desconocidos. Dostoievski te hace entender los pensamientos de un jugador o de un asesino mejor que ningún psicólogo, Freud incluido.»

«Solo hay dos maneras de que te condenen por asalto: una es que te cojan en el acto y la otra, que las víctimas te identifiquen en el juicio. La policía, incluso hoy, apremia al testigo a confirmar la identificación si los agentes están seguros y el testigo no. Le dicen: «sabemos que es él, pero si no lo identifica, saldrá libre y volverá a robar». La única manera de contrarrestar eso es hacer indemostrable toda identificación.»

«El encarcelamiento tiene, al menos, el aspecto beneficioso de dejar que el preso vea el mundo como el artista, con una mirada nueva».

«He renunciado a escribir a máquina. Los primeros borradores los hago a mano. Al terminar cada capítulo, lo mecanografío, añadiendo correcciones mientras avanzo. Si es temprano, suelo leer. Parecerá absurdo, lo sé, pero me da la impresión de no tener nunca tiempo suficiente para concentrarme en la lectura. Estoy convencido de que quien no sabe leer no puede ser listo. Y, aun si sabe, quien no practica con regularidad la lectura está condenado a la ignorancia, no importa lo que tenga o lo que haga.»

«Diecisiete años, seis novelas y un montón de relatos cortos sin ver publicada una sola frase. Escribir se había convertido en la única posibilidad de escapar del cenagal de mi existencia y había perseverado en ello incluso en los momentos en que la llama de la esperanza se apagaba. […] Muchos años antes, cuando me embarqué en la senda de convertirme en escritor por primera vez, había imaginado lo que significaría eso para mí. Viviría a medio camino entre Hemingway, Scott y Zelda, y la entonces famosa Françoise Sagan, que había logrado un gran éxito internacional cuando aún era adolescente. Escribir buenos libros me abriría puertas. El mundo leería las verdades que yo escribiría. Haría crecer una flor en el fango.»

«Quién sabe qué pensará de su padre, pero las cartas que le hemos dado son mucho mejores que las que el destino me repartió a mí. Habría podido jugar mejor las mías, sin duda, y hay cosas de las que me avergüenzo, pero cuando me miro en el espejo me siento orgulloso de lo que soy. Los rasgos que me hicieron pelearme con el mundo son también los que me hicieron salir adelante».

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